Hacía frío, mucho frío. Joder qué frío. Y yo con faldita, suerte de las medias. Aceleré un poco el paso, quería llegar pronto a casa, café caliente y manta. Tal vez una peli. Había tiempo de decidirlo. Entré al parque, me gustaba el parque por la noche, aunque no era ni siquiera las ocho. Pero claro, invierno, oscurece pronto. De nuevo, suerte de las medias. Me subí un poco la bufanda y aceleré un poco más el paso. Sentí un escalofrío, algo andaba mal. Una mala sensación. Una perturbación en la fuerza, podría ver Star Wars al llegar a casa. Al fondo, a unos veinte metros, vi a un hombre. Ligeramente alumbrado por la luna sonriente, me observada. Estaba sentado en un banco, con unos pantalones vaqueros y una camiseta de tirantes. Vaya loco. Entonces... vi lo que hacía. Apretó más su mirada hacia mí, una mirada muy incómoda, casi me dolió y todo, y bajó la mano. El cabrón bajó la mano y sin apartar sus asquerosos ojos de mí, se tocó. Pero no se rascó sin importarle quien había alrededor como suelen hacer todos los hombres - en serio, ¿por qué? ¿No sabéis disimular?-, más bien se frotó durante unos largos segundos. Joder, qué asco. Cogí un camino que me alejaba del cerdo y acelerando el paso a velocidades increíbles empecé a salir del parque.
Estaba ya a pocas calles de casa cuando, de nuevo, sentí un escalofrío. Me paré un segundo y me di la vuelta. Oh, mierda. Estaba allí, el cerdo del parque. Estaba lejos pero sabía que era él, andando hacia mí. Me di la vuelta y seguí andando. ¿Me estaba siguiendo? Que hijo de puta. Tal vez debería llamar a la policía, aunque no me agradaba esa idea. Me dirían que eran imaginaciones mías, que no podían detener a alguien por caminar por la misma calle que una mujer. Pero joder, había sido asquerosamente grosero en el parque y ahora, casualmente, me seguía. Torcí a la derecha y seguí andando, empecé a sudar. No te pongas nerviosa, piensa, piensa. Saqué el móvil sin encender la pantalla y le vi en el reflejo, aún me seguía. O no, ¿me estaba siguiendo? Tal vez vive por aquí cerca, o va a casa de un amigo, o a un bar. O de putas, seguro que va de putas. Pero huele mal, joder esto me huele muy mal. Tal vez... tal vez fuera culpa mía. Invierno y yo con esta falda tan corta. Es verdad que las medias me protegen pero tal vez le hubiese provoca... No, joder, no. No seas estúpida. Me pongo una falda, me violan, ¿mi culpa? Su puta madre. Y entonces me quedó claro, el silbido asqueroso que me regaló me sacó de dudas. Voy a romperle la cara a ese violador. Decidido.
Le esperé a la vuelta de la esquina. ¿Le apetece tocar a una mujer esta noche? Pues que se prepare. Una sombra, un pie, no le di tiempo a pensar. No me costó mucho levantar la pierna a la altura de su cabeza. Se golpeó contra la pared y cayó al suelo, aún consciente. ¿Debería haberle dado más fuerte? Se levantó poco a poco y sin darle tiempo de acabar, me acerqué y le di dos puñetazos en la cara. Creo que le he roto la nariz. Gracias papá por insistir en esas clases de Taekwondo. Sabía cuál era el paso final.
"Castigar a violadores 101". Bienvenidos a la primera clase. ¿Pensáis que enseñar a las mujeres a defenderse sirve de algo? Pues no. Tal vez el cabrón no pudo tocarme esa noche, pero sólo habría conseguido que esa noche, tal vez la siguiente también no violara a nadie. Pero eventualmente habría salido de nuevo a cazar. Porque así es como piensan, si evitas que te viole a ti simplemente violará a otra. Hay que enseñarles a no violar, pero ese no tenía arreglo. En el suelo, con la cara llena de sangre lo único que hacía era sonreír. Me estaba mirando bajo la falda. Vi un bulto en sus pantalones. Me entraron ganas de vomitar, gritar, preguntar por qué tenía que pasarme esto a mí. Me sentí sucia, muy sucia, ¿por qué tenía que mirarme así? Joder, voy a salvarlas a todas de este cabrón.
Le di patadas en los huevos hasta que escuché un crac, ignoré sus gritos, lloros y súplicas. No hay perdón para ti, cabrón.
Corrí sin mirar atrás hasta que llegué a casa, cerré la puerta con llave, me puse el pijama y me metí en la cama. Tardé tres horas en dormirme, muerta de miedo. Lloré, lloré como nunca lo había hecho. ¿Y si le llega a pasar a otra? ¿Y si le llega a pasar a cualquier mujer que no sabe dar apropiadamente una patada? Le había roto los huevos, literalmente, a ese cabrón, pero eso no había solucionado el problema. ¿Cuántas chicas habían sido violadas esa noche en mi ciudad? ¿En mi provincia? ¿En España entera? ¿En el mundo? ¿Cuántas lo fueron ayer? ¿Mañana? ¿Esta semana? ¿Y cuántas han muerto? A la mañana siguiente tiré la falda a la basura, me traía malos recuerdos. Me tomé una pastilla para el dolor de cabeza y entré en Google. No tardé mucho en encontrar la información, lo imprimí todo y fui al ayuntamiento. Gracias a dios, hacía mucho sol y había mucha gente en la calle.
—¿En qué puedo ayudarla? —me preguntó un chico al otro lado de un escritorio. Me sonrió. ¿Me habría mirado las tetas al entrar? ¿Me había pasado con el escote? No, aún llevaba la bufanda de ayer. No te obsesiones, no te obsesiones.
—Quería entregar estos documentos que prueban que estoy capacitada para abrir un gimnasio, aquí tiene toda la documentación sobre el local, los impuestos al día... Querría empezar lo antes posible.
Escaneó todos los documentos y me prometió que me llegaría una respuesta lo más pronto posible. Dos semanas después, ¿o fueron tres?, da igual. Una eternidad después me llegó el permiso. Lo tiré a la basura, llevaba ya ocho días dando clases, no podía esperar tanto. Es más, el mismo día que fui al ayuntamiento había ido a una copistería a imprimir carteles. Había empapelado mi ciudad. Quería hacer algo. Y ahora, en todas las farolas y escaparates del lugar se leía una frase:
"Defensa personal para mujeres."
Pero tres veces a la semana, cuando esas mujeres llegaban a mi gimnasio y se preparaban para empezar la clase yo no la presentaba como "Defensa personal para mujeres". No, simplemente preguntaba si había alguna alumna nueva. Si la había, le explicaba mi experiencia y pedía a quien quisiera que compartiese la suya. El primer día no hicimos nada de artes marciales, sólo hablamos. El segundo día empezamos a practicar, lo básico, la forma correcta de dar un puñetazo y una patada. Se respiraba rabia en el ambiente. Así que para empezar la clase, las saludaba a todas y me presentaba:
—Buenas tardes, soy vuestra entrenadora de defensa personal, bienvenidas a Castigar a violadores 101.