Más sabe el diablo por viejo que por diablo VII: Un mal chiste

La mujer me miró, por primera y una última vez, con lágrimas en los ojos. Pero yo sólo podía pensar en una cosa. Pensaba en ello incluso mientras tachaba su nombre y le acariciaba la mejilla. Incluso cuando ella cerró los ojos, y sus familiares abrieron sus gritos. Incluso horas antes, yendo a su encuentro. Y horas después, buscando al siguiente. Llevo horas con un sólo pensamiento en mi cabeza: Vomitar.
Todo me provoca náuseas. El tiempo y el espacio en el que me muevo pero no puedo tocar. El sol, calor y el frío que no siento. La gente que me rodea y que me huye y rehuye. Todo me provoca náuseas, calambres, y mucho dolor. Es mi trabajo, lo odio. No me gusta. Pero tengo que hacerlo, alguien debe, y me ha tocado a mí.

Llevo días observando un nombre en mi lista. Queda mucho para su visita, pero su tiempo y momento se acorta y acerca de forma singular. Cada poco, la fecha de mi caricia está más y más cerca. Pero el reloj no corre de forma natural para él. Mi visita no se acerca de forma incisiva con una copa de whisky, una rotura de corazón o una mala elección. Sino que cada vez que él - o ella - le ve, su lugar en la lista sube. Y sube. Y eso no es natural. Está interfiriendo con mi trabajo. Está adelantando a pequeños golpes y saltos la muerte de alguien a quien aún le queda mucho tiempo, aunque esa persona esté matándose poco a poco, le queda tiempo. Así que voy a tener visitar a mi cornudo amigo.

—Me gusta tu nuevo aspecto, muy atractivo.
—Gracias.
—Tenemos que hablar.
—¿Estoy en tu lista?
—Sabes que no.
—¿Te apetece una copa?

Es raro. Un hombre entra en un bar y encuentra, en una esquina, adornados por la oscuridad, a la Muerte y al Diablo bebiendo y charlando. Parece un mal chiste, un cuento mal escrito. Sin embargo, allí estaba yo. Y ahí estaba él, clavándome esos ojos verdes y regalándome su ya conocida sonrisa.

—Deja de sonreír, esto es serio.
—Venga... disfruta un poco. Sonríe.
—¿Sabes qué pasó la última vez que la Muerte sonrió?
—¿Algo malo? —acercó la copa a sus labios, que volvían a elevarse en sus extremos.
—Sí, algo malo. Prefiero no sonreír, prefiero no tener esos días.
—¿Días buenos?
—Días en los que disfruto de mi trabajo —la Muerte se acercó su copa, sin sonreír.
—Tu trabajo no es tan malo, sería mucho peor si no estuvieras.
—Otro lo haría.
—No sería lo mismo... Echaríamos de menos tu cinismo, depresión y constante negatividad,
—Yo no lo echaría de menos. Y si quieres saberlo, no me gusta tu sentido del humor.

El Diablo sonrió de nuevo y la Muerte sintió un escalofrío. Cosa, debo añadir, que no es fácil lograr.

—¿De qué querías hablar? —el Diablo se recostó en la silla, dejó su copa y empezó a tararear.
—Un hombre.
—¿Qué le pasa?
—Le estás torturando.
—Es mi trabajo... almas perdidas, acabadas, torturadas. Debo conducirlas.
—Sí, una vez que yo las haya acariciado, no antes. Déjale en paz.

El Diablo hizo una mueca burlesca y negó con la cabeza.

—¿No? —preguntó la Muerte sorprendida.
—No, éste me gusta, me lo paso bien.
—Le has echado a la calle. Tenía futuro, una vida prometedora. Ahora es un vagabundo que corretea entre alcohol, cigarros y malas entrepiernas.
—Oh, ¿le hace eso menos valioso como persona?
—Ni que eso nos importase... Pero debe acabar, o termínalo rápido. Lo que sea, pero deja de moverlo en mi lista, me la desordenas. —La Muerte le clavó una negra y oscura mirada. El Diablo se humedeció los labios.
—¿Una semana?

Y así quedó. La Muerte le concedió una semana al Diablo para tormentar a una pobre alma ya perdida. ¿Y qué era de esa pobre alma?

Ella. Lo di todo y lo perdí todo por ella. No es que tuviese mucho antes, no era una figura importante o una persona brillante. Pero tenía salud, una casa, un círculo social a mi alrededor. Ahora sólo tengo un hedor lúgubre y una botella de Vodka vestida con una bolsa de cartón. Alguien me echó unas monedas. Las conté. "Perfecto, me llega para otra botella". Con esfuerzo y gran dolor me levanté, eché un último trago a mi amiga, y fui a comprar una nueva. Entré tambaleándome en la tienda, con los demás clientes alejándose de mi dentro de los límites físicos de la tienda para no ser abofeteados por mi olor. Me acerqué al dependiente.

—¿Qué puede darme con esto? —eché las monedas y un par de billetes sobre la barra que él se dispuso a contar.
—Algo de queso, fruta, pan... y un brick—
No le dejé acabar. —De alcohol, me refiero a botellas. ¿Qué puedo tener por esto?
—Cuatro latas de cerveza y una chocolatina.

Y eso me llevé. Paseé hasta un parque cercano, me senté en un banco y abrí la primera lata. El frío metal en mis labios. El áspero alcohol corriendo por mi garganta. El sol golpeándome en los ojos. La hierba danzando por el viento. Los pájaros cantando, los árboles haciendo sombra... Todo, absolutamente todo, me recordaba a ella. Y cuanto más alcohol bebía, más la recordaba. Más la dolía. Pero estos pequeños asesinos eran lo único que me mantenían en vida. Había perdido peso, pelo, color, incluso algún diente. Mi salud estaba en un punto horrible, casi de no retorno, pero de alguna forma esta vida me atraía. Como si alguien me empujara a ella, como si me susurrasen al oído que ésto es lo que debo hacer. Como si ella fuera la que me ordenara vivir así. Iría hasta el fin del mundo, de nuevo, si ella me lo pidiese. Pero ya no puedo perderme, no te puedes perder si no tienes a donde ir. Así que abrí mi ya cuarta lata y me la acerqué a los labios.
No me comí la chocolatina. Me olvidé de ella y se me derritió en la mano. Me lavé en una fuente y empecé a pasear por la ciudad. Eso era todo lo que hacía. Beber y pasear. A veces comer y dormir. Perdón, no paseaba. Buscaba, la buscaba en cada rincón, en cada sombra, en cada escondite. La necesitaba más que nada. La necesitaba más a ella de lo que me necesitaba a mí mismo. Pero era inútil. Y horas después, como cada día, me resigné al primer lugar que encontré donde dejarme caer para que Morfeo me diese un beso, y mañana será otro día.

La ciudad dormía. Había un hombre tumbado en el suelo con un aspecto horrible. Una mujer hermosa se le acercó, y tras darle un beso en los labios, le susurró al oído: "Sigue buscándome."

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