Más sabe el diablo por viejo que por diablo VI: La segunda víctima

En toda la noche sólo me había dirigido exactamente cuatro frases, así que cuando me pidió que me fuera con ella me dejó, como mínimo, descolocado.

No recuerdo bien cómo fue. Ni qué pasó antes y no sé si podré olvidar lo que no pasó después. Había humo, mucho humo, todo el mundo fumaba. Yo bailaba con mi tercera copa de whisky mientras repartía sonrisas gratuitas, pero sólo una alcanzó un objetivo. Recuerdo sus ojos, tan verdes que no podía dejar de seguirlos y hacían que me perdiese en su mirada. Su pelo, sus curvas, el rastro de su voz, su olor, incluso su sombra era bella. La miré como quien observa la magia desde un banco aburrido, con miedo a acercarse pero sin ser suficientemente valiente como para apartar la mirada. Y ella me miraba a mí, y sonreía mientras bailaba de una forma en la que sólo el mar se mueve. Movió sus labios, hacia mí, pero no me llegó el sonido de su voz. Pero pude leerlos y sé que me dijo "Somos estrellas". Nunca me olvidaré de esos labios. Y anduvo, moviendo sus piernas con gracia y con un cigarro apoyado en la belleza. Me cogió la mano y pude sentir mi corazón por encima de la música, me acercó a ella y me susurró al oído. "Baila." Su voz era música, un arte para el que mis tristes oídos no estaban preparados. Me aguanté las ganas de llorar ante tal belleza y bailé con ella.
No sé cuánto tiempo bailamos. Tal vez fue una hora, pero me pareció un segundo. Tal vez fue un segundo, pero me pareció infinito. A su lado el tiempo no existía, se difumina la realidad y todos los horrores que ésta encierra para dar paso a un algo que no sé describir. Pero bailamos, y la tuve cerca de mí y nunca quise soltarla. Y cuando la solté fue como ver a mi propia vida alejarse de mí, entre sonrisas y miradas. Pero bailamos, me moví lo mejor que pude y ella lo hizo con una gracia natural. Le susurré mi nombre al oído. "Tú puedes llamarme ...", nunca oí su nombre. Nunca. Pero recuerdo su aliento en mi oído, recuerdo su voz y recuerdo su cercanía. Moriría y lo daría todo a la vez, incluso mi propia muerte, por sentirla de nuevo tan mía. Me volvía loco de una forma singular, de una forma única, de una forma en la que no me importaba invitar a la locura a este nuestro baile. Alargó su brazo y con fuerza me acercó a ella y seguimos bailando, como estrellas en el cielo, como pájaros en el viento, como árboles en un bosque. La sentía mía y yo me sentía suyo. Hasta que se fue. Se dio la vuelta y se fue, y miré cómo se iba y me gustó verla marchar pero dolía, dolía perderla. No sé de dónde obtuve la fuerza o valentía pero apareció, y la seguí.
Llegamos a la calle, era de noche y llovía. Su pelo se mojaba y caía sobre sus hombros con un toque mágico. No había magia en mí, ella la tenía toda. Se encendió otro cigarro que ni la lluvia podía apagar. "Ven conmigo, ven conmigo lejos".

Y por supuesto, la seguí. Anduvimos durante horas y en ningún momento sabía a dónde íbamos pero no me importaba, sólo quería estar con ella. La habría seguido hasta el fin del mundo si me lo hubiese pedido. La habría seguido hasta cualquier parte sólo a cambio del sonido de su voz, del calor de sus ojos. Y sin razón alguna más que esa pasión, la seguí hasta un lugar alejado que no recuerdo donde perdí todo lo que una vez amé.
Aún recuerdo el brillo de sus ojos, la música de sus labios, el sonido de su cuerpo. Recuerdo ese fatídico día en que lo di todo por una mujer de la que no sabía nada a cambio de algo que no recuerdo muy bien qué era. Recuerdo que me dejó con el aliento manchado y el corazón roto, mirándome a los ojos y un poco más adentro. Recuerdo que silbaba una canción la cuál no conocía.

Ésta es la historia de como el diablo se presentó en forma de locura. O amor. A veces los confundo.



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