Los tres botones

- ¿Por qué yo? - Me encontraba en una sala muy austera. Paredes blancas con una única puerta frente a mí, el único mobiliario era una mesa y dos sillas. En una estaba sentado yo desde no sabía cuánto tiempo. Me habían dado alguna droga y me había despertado ahí mismo. Después de estar un par de minutos mirando a mi alrededor, gritando a mi secuestrador y soltando maldiciones, es lo único que me atreví a preguntar. No sabía dónde estaba, por qué estaba ahí ni quién era el hombre que me observaba desde el otro lado de la mesa. Llevaba un traje completamente blanco, y un sombrero del mismo color descansaba sobre la mesa. Entre los dos, había tres botones. Éstos eran rojos y se encontraban sobre una superficie sin cables que podía moverse libremente por la mesa, y supongo que por toda la habitación.
- Porque nadie sabe quién eres. - Dijo el hombre del traje blanco. Tenía una voz serena y firme, y parecía muy tranquilo. Al menos, mucho más que yo.
- No lo entiendo, ¿qué quiere? - Empezaba a ponerme nervioso de verdad, no por no saber dónde estaba sino por no saber por qué estaba ahí.
- Qué queremos, ¿de verdad cree que esto es algo personal entre usted y yo? Fuera de esta habitación hay muchos más observándonos, y esperando ver qué hará usted.
- Eso es lo que quiero saber yo, ¿qué mierdas hago aquí? - Ya no estaba nervioso, estaba cabreado. Bueno, y aún un poco nervioso.
- No pierda los nervios y piense un poco. Observe a su alrededor, ¿qué cree que hace aquí? 
Pensé en escupirle, en saltarle encima y romperle los huesos. Pero tenía las manos y pies esposadas, no podía moverme de ahí. Así que intenté negociar.
- Tengo dinero.
- Lo sabemos.
- ¿Cuánto quieren?
- No queremos su dinero.
- Inventé algo, hace tiempo. Les daré la fórmula, ganarán mucho dinero.
- Sabemos lo que inventó, no nos interesa.
- ¿¡Entonces qué hago aquí!?
- Decidir. Sabemos que ha contribuido al mundo y cómo lo ha hecho, sabemos qué inventó y que nadie sabe quién es usted. Es una de las personas más importante de la historia, y nadie le pide autógrafos ni fotografías cuando se cruza con usted por la calle.
- ¿Se están riendo de mí? Es una broma, ¿verdad? ¡Pues ya no tiene gracia! - Empecé a mover los brazos y las piernas con fuerza. Aparte de hacerme daño, no conseguí nada. Decidí golpear la mesa, pues aunque tuviese las manos esposadas podía moverlas. Y grité. - ¡Ayuda! ¡Me han secuestrado! ¿No me oye nadie?
- Es inútil, ¿lo sabe verdad?
Me rendí. Nadie me oía y no podía salir de ahí. - Mátenme ya y acabemos con esto.
- No, eso no sucederá. Ya le he dicho qué tiene que hacer. Mire a su alrededor, y piense.
Accedí. Una sala blanca, una mesa con tres botones, un hombre que me secuestró y yo esposado a la silla. La mesa con tres botones. Tres botones. Tres... - ¿Debo elegir un botón?
- Exacto.
- El segundo, ahora déjenme salir. - Se me agotaba la paciencia, y la esperanza.
- No, yo le diré para qué sirve cada botón, y usted elige cuál apretar. Cuando lo tenga claro, me lo dice y yo le acercaré el botón para que usted lo presione. ¿Está preparado?
- Adelante. - Tal vez no era más que una broma, decidí calmarle y seguir el juego.
- El primer botón es la libertad. Si lo presiona, yo me iré de aquí y cuando salga de la sala sus esposas se abrirán y también una puerta. Si sale por ella, llegará a una carretera donde le espera un coche con el depósito lleno. Sólo tendrá que cogerlo, e irse.
- Pues acérqueme ya ese botón, no pienso quedarme ni un segundo más. - Seguro que era una broma, ¿secuestrarme y luego decirme que podía salir? Sí, una broma de algún compañero de trabajo. Seguro.
- Espere, primero le diré para qué sirven los otros dos. El segundo... - De repente se encendió una pantalla a un lado de la sala. Y me quedé sin pulso. Se veían cientos, miles de personas secuestradas. En la esquina de cada imagen estaba escrita la ubicación; París, Roma, Londres, Nueva York, Barcelona... - Hemos capturado a 100.000 personas. Llevan ya horas saliendo en el telediario, es la noticia del momento y el mundo está patas arriba. No pregunte cómo lo hemos hecho, pero lo hemos hecho. Si no aprieta el segundo botón, estas 100.000 personas morirán. No pregunte qué pasará con usted, simplemente todas ellas morirán. Pero, al apretar el botón usted estará activando el artefacto de uno de esos lugares. En cada uno hay 20.000 personas. Si aprieta el botón salvará a 80.000 personas, pero será el causante directo de la muerte de 20.000. Y no sabrá quiénes morirán hasta que apriete el botón.
- Toda mi familia es de Barcelona. Tengo amigos y compañeros de trabajo viviendo en muchas de esas ciudades... - Es lo único que pude decir, vi como se me relacionaba directa o indirectamente con casi todos esos grupos.
- Sí, es posible que mate a algún conocido. - Sonrió.
- Puedo escapar y dejar que 100.000 personas mueran, o puedo matar a 20.000 y salvar a 80.000 personas. ¿Y si al apretar el botón mueren las de Barcelona? ¿Y si mato a toda mi familia y amigos allegados?
- Entonces, habrá elegido mal.
- ¿Usted sabe en qué ciudad sucederá?
- Sí.
- Dígamelo.
- No.
- ¡Dígamelo!
- ¿Se sentiría menos culpable si matara 20.000 desconocidos?
- Por supuesto que no.
- Hipócrita.
- ¿Y el tercer botón? - Pregunté, esperando que me ofreciese una buena solución.
- Si aprieta el tercero, morirá. Se le subministrará un virus al instante por vía intravenosa y en menos de un minuto morirá. Sin sentir nada. Pero sabrá que si muere, esas 100.000 personas también. Sólo le servirá a usted como vía para no tener remordimientos.
Me quedé helado, pensando en las tres opciones.
- El primer botón y el tercero me permiten escapar, por una puerta o mediante el suicidio. El segundo me permitirá salvar 80.000 personas, y matar 20.000 con el riesgo de al volver al mundo encontrarme solo.
- ¿Cómo sabe usted que le soltaremos después?
- Porque es físicamente imposible llegar a ser tan hijo de puta.
Mi secuestrador soltó una carcajada, me atravesó como una flecha y deseé morir en ese instante.
- Tiene todo el tiempo del mundo. - Dijo. - Elija un botón.
Observé la mesa, los tres botones rojos. Ninguno de ellos me ofrecía una satisfacción, pero sólo uno me permitía salvar algunas personas. Pero a un precio muy alto. Seguí pensando qué hacer durante unos minutos, hasta que me decidí.
- Ya he elegido.
Mi secuestrador sonrió, y me preguntó qué botón debía acercarme.

2 comentarios:

Franco dijo...

Final Tarantino: Arrancó las esposas y mató a cadenazos a todos sus secuestradores, a algunos a tiros. Y a otros con katana.
Final Shyamalan: Los secuestradores eran aliens. Y él estaba muerto.
Final Michael Bay: Fiuuu.... ¡Bum! ¡Crash! ¡Pium! ¡Booooom!
Final Spielberg: Y se quedó pensando, y pensó y pensó, y no se decidía, y siguió pensando, y qué profunda era la vida, y pensó...
Final Nolan: Y pulsó el segundo botón... ¿o era el tercero? ¿o el primero?
Final George Lucas: El experimentador era su padre.

Franco dijo...

Final Dani: El experimentador y el secuestrado se enrollan, y se quieren, y se van a la playa a ver atardecer.