Su voz sonaba como el eco de esa canción. Sus locos ojos verdes contenían un mundo demasiado grande para mi alma, demasiado fácil perderme en él y no salir nunca. Su rubio cabello bailando sobre sus hombros reflejando la luz del sol y la belleza del universo. Sus labios rojos, esos labios rojos, que me atraparon desde el primer momento y por los que daría todo por uno, sólo uno. Por sólo un beso. La forma en que sonreía, su risa entonada al cielo, su forma de mirarme, de tocarme, de cuidarme como si de verdad le importara. Como si fuera algo más que otro más. Fue en ese momento, mirándola como quien se sienta en la playa a observar el sol yacer, cuando una pequeña luz surgió de mi corazón, fuego ardiente, directo al suyo. 

—Vaya —dijo ella, sorprendida—, ¿en serio?
—Pues... eso parece. Sinceramente, estoy tan desconcertado como tú. No me lo esperaba. Es decir, he sentido cosas pero no sabía era tan grande.
—Bueno, pero es algo muy bonito, ver de nuevo esto —Una luz que nace en el corazón de alguien para reposar en el tuyo—. Gracias. —Me sonrió de una forma que me erizó hasta el último cabello de mi cuerpo, hasta mi alma gritó. 
—De nada. Pero...
—No, no hay luz de vuelta. Lo siento.
—No, no, tranquila. Ya veo que sólo hay un rayo. El mío. Pero está bien. Así funciona el universo.

Di un último sorbo al café, pagué la cuenta y nos levantamos a la vez. Y de la misma forma en que uno sabe  que no flotará debido a la gravedad, yo supe que ese rayo no volvería. Ni desaparecería. Supongo que así era más fácil, entenderlo, cuando sientes el fuego de verdad.

Más sabe el diablo por viejo que por diablo VIII: La voz de la locura

Decir que me había acostumbrado a esta rutina sería mentir. Ni siquiera era rutina. El sol salía y yo seguía apagado. Días y noches bailando entre botellas de alcohol y buscando a una mujer que sólo me trajo la ruina. ¿Pero cómo podría olvidarla? Sabía que estaba obsesionado, lo sabía perfectamente. Podía ver incluso desde la distancia mi depresión, mi perdición en forma de sueño mal intencionado, y un abismo de locura al que me iba acercando poco a poco. Una locura que se presentó un buen en día en forma de mujer, para convertirse en un amor sin sentido, y acabar siendo sólo negrura.

Seguramente fue un golpe de calor. O el exceso de alcohol en mi cuerpo, o la forma en que mi cabeza debía pagar esta nueva forma de vida muerte. Pero fue al cabo de un mes de ese fatídico día cuando un nuevo problema asaltó mi vida. No es que me importase. El alcohol, la mala salud, la ausencia de todo lo que un día tuve... no eran problemas para mí. Sólo nuevas situaciones en esta búsqueda interminable. Sólo había un problema en mi existencia, que ella no formaba parte de ésta. Así que cuando al cabo de esos 30 días escuché una voz en mi cabeza decirme "Y yo que pensaba que me había dejado en paz..." ni siquiera me preocupé. Básicamente, la ignoré. Pero la voz no decidió ignorarme. Es decir, no sé si la voz sabía que no era más que una voz en mi cabeza. Pero se marcó un bonito soliloquio. 

"Maldito sea él, su silbido, su canción, su corbata y su estúpida sonrisa. ¡Soy lo que todos temen y aman! ¡Soy lo eterno! Esos aires de grandilocuencia y su última mentira no sirven de nada cuanto me deja así. De nuevo... sin existir, supongo. Es decir, puedo escucharme... para. Piensa. ¿Dónde estoy? Parece que en ningún sitio. No veo nada. No puedo tocar nada. Es como si... no tuviera cuerpo. Pero puedo pensar, puedo sentir... rabia. Es decir, existo... ¿pero no existo? Tal vez me ha convertido en fantasma. Eso tendría sentido. O tal vez me ha convertido sólo en esto, algo que está pero no está. ¡Su última broma! ¡Una tortura más y te juro que se acaba! Seguro que me dirá eso, con su sonrisa y girando su corbata. Y después de la triste promesa sin valor, se pondrá a silbar esa canción. ¿Cómo era?"

De repente, la voz en mi cabeza se puso a silbar una canción. Una canción que yo conocía, que llevaba días sonando en mi cabeza cuando dormía. Cuando soñaba. Incluso a veces estando despierto. Y esa canción lleva sonando en mi cabeza exactamente desde ese día. Y ahora, esa voz la hace sonar.

—¿Quién eres? —le pregunto, en voz alta. Varios transeúntes me miran, perplejos o asustados. Algunos ríen. Me da igual.
—¿Qué? ¿Cómo? —La voz sonaba confundida, claramente no sabía que era una voz. Sólo una voz.
—Digo que quién eres. ¿Cómo conoces esa canción? ¿Y qué haces en mi cabeza?
—Eso debería preguntar yo, ¿cómo puedo escucharte si estoy... en ningún sitio?
—Estás en mi cabeza.
—¿Disculpa?
—En mi cabeza.
—¿Soy la voz de un loco? ¿Como una segunda personalidad?
—No, no personalidad. Sólo una voz. Llevo unos diez minutos escuchándote hablar, te has marcado un bonito soliloquio. Te estabas... cagando en alguien.
—Sí, algo así. Pero...
—¿En quién? —no le dejé acabar, tenía la sensación que ya sabía de quién hablaba la voz.
—Eh, pues... alguien que conocí hace tiempo. Que me lo hizo pasar muy mal.
—¿Una mujer?
—No. un homb... es complicado.
—¿Transexual?
—No, infernal. Era el Diablo.

La gente llevaba ya un buen rato apartándose y alejándose de mí. No querían estar cerca del hombre de mal aspecto que hablaba solo. Así que cuando solté una sonora carcajada, la distancia entre yo y el mundo se hizo aún mayor. Podía sentir al universo envolviéndome en su locura. "¿El diablo? Debe ser una broma". Pero no, juró y perjuró que el diablo le jugó una mala pasada. Bueno, varias. Le ofreció una vida de ensueño, y se la quitó. También le dio dolor de estómago, pero la voz no entró en detalles. Y luego... le borró de la existencia durante más de 200 años. Eso me pareció interesante. Hasta divertido. A él no le hizo gracia. Ni en ese momento, ni ahora.

—Vale, vale —dije, aún en voz alta—, supongamos que es verdad. Que conociste al Diablo y decidió jugártela. ¿Por qué te ha puesto, si ha sido él, en mi cabeza?
—Se aburriría. Todo lo hizo por diversión, por probar. Para testar mi límite. Ahora estará probándote a ti. Y el siguiente paso era darte... locura.
—Ya, eso último ya lo he pensado yo. Que hay unos hilos llevándome allí. Ahora que lo comentas... si el Diablo está jugando ahora conmigo. Es posible...
—¿Lo viste? —preguntó la voz con un tono más alto.
—No, creo que más bien... La vi. Conocí a una mujer, y desde entonces todo está patas arriba. Ya no tengo casa, ni salud, ni vida, ni nada. Pero no puedo dejar de pensar en ella.

"Es él."

La voz estaba segura, muy confiada en que la misteriosa mujer era el Diablo. Discutimos durante más tiempo. Me senté en un banco y seguimos hablando. Por supuesto nadie se acercó al banco del hombre que hablaba solo. Y así siguió durante otros tres días, buscando a la mujer - al Diablo - mientras charlaba con mi nuevo amigo. Hasta que apareció.

—Hola querido —me la encontré de repente al girar una esquina, esperándome con una sonrisa en la la cara—, ¿me echabas de menos?

Esta vez no llevaba vestido. Llevaba un traje negro y una corbata roja que hacía girar en su mano. Estaba apoyada en una pared con su pierna izquierda sobre la derecha. Y por supuesto, silbaba esa canción.
Nosotros conocíamos esa canción. 
Dos años atrás
perdí a mi hija en un accidente.

Y yo empecé a beber
hasta que perdí a mi mujer.

Y seguí bebiendo,
hasta que me perdí a mí mismo.

Más sabe el diablo por viejo que por diablo VII: Un mal chiste

La mujer me miró, por primera y una última vez, con lágrimas en los ojos. Pero yo sólo podía pensar en una cosa. Pensaba en ello incluso mientras tachaba su nombre y le acariciaba la mejilla. Incluso cuando ella cerró los ojos, y sus familiares abrieron sus gritos. Incluso horas antes, yendo a su encuentro. Y horas después, buscando al siguiente. Llevo horas con un sólo pensamiento en mi cabeza: Vomitar.
Todo me provoca náuseas. El tiempo y el espacio en el que me muevo pero no puedo tocar. El sol, calor y el frío que no siento. La gente que me rodea y que me huye y rehuye. Todo me provoca náuseas, calambres, y mucho dolor. Es mi trabajo, lo odio. No me gusta. Pero tengo que hacerlo, alguien debe, y me ha tocado a mí.

Llevo días observando un nombre en mi lista. Queda mucho para su visita, pero su tiempo y momento se acorta y acerca de forma singular. Cada poco, la fecha de mi caricia está más y más cerca. Pero el reloj no corre de forma natural para él. Mi visita no se acerca de forma incisiva con una copa de whisky, una rotura de corazón o una mala elección. Sino que cada vez que él - o ella - le ve, su lugar en la lista sube. Y sube. Y eso no es natural. Está interfiriendo con mi trabajo. Está adelantando a pequeños golpes y saltos la muerte de alguien a quien aún le queda mucho tiempo, aunque esa persona esté matándose poco a poco, le queda tiempo. Así que voy a tener visitar a mi cornudo amigo.

—Me gusta tu nuevo aspecto, muy atractivo.
—Gracias.
—Tenemos que hablar.
—¿Estoy en tu lista?
—Sabes que no.
—¿Te apetece una copa?

Es raro. Un hombre entra en un bar y encuentra, en una esquina, adornados por la oscuridad, a la Muerte y al Diablo bebiendo y charlando. Parece un mal chiste, un cuento mal escrito. Sin embargo, allí estaba yo. Y ahí estaba él, clavándome esos ojos verdes y regalándome su ya conocida sonrisa.

—Deja de sonreír, esto es serio.
—Venga... disfruta un poco. Sonríe.
—¿Sabes qué pasó la última vez que la Muerte sonrió?
—¿Algo malo? —acercó la copa a sus labios, que volvían a elevarse en sus extremos.
—Sí, algo malo. Prefiero no sonreír, prefiero no tener esos días.
—¿Días buenos?
—Días en los que disfruto de mi trabajo —la Muerte se acercó su copa, sin sonreír.
—Tu trabajo no es tan malo, sería mucho peor si no estuvieras.
—Otro lo haría.
—No sería lo mismo... Echaríamos de menos tu cinismo, depresión y constante negatividad,
—Yo no lo echaría de menos. Y si quieres saberlo, no me gusta tu sentido del humor.

El Diablo sonrió de nuevo y la Muerte sintió un escalofrío. Cosa, debo añadir, que no es fácil lograr.

—¿De qué querías hablar? —el Diablo se recostó en la silla, dejó su copa y empezó a tararear.
—Un hombre.
—¿Qué le pasa?
—Le estás torturando.
—Es mi trabajo... almas perdidas, acabadas, torturadas. Debo conducirlas.
—Sí, una vez que yo las haya acariciado, no antes. Déjale en paz.

El Diablo hizo una mueca burlesca y negó con la cabeza.

—¿No? —preguntó la Muerte sorprendida.
—No, éste me gusta, me lo paso bien.
—Le has echado a la calle. Tenía futuro, una vida prometedora. Ahora es un vagabundo que corretea entre alcohol, cigarros y malas entrepiernas.
—Oh, ¿le hace eso menos valioso como persona?
—Ni que eso nos importase... Pero debe acabar, o termínalo rápido. Lo que sea, pero deja de moverlo en mi lista, me la desordenas. —La Muerte le clavó una negra y oscura mirada. El Diablo se humedeció los labios.
—¿Una semana?

Y así quedó. La Muerte le concedió una semana al Diablo para tormentar a una pobre alma ya perdida. ¿Y qué era de esa pobre alma?

Ella. Lo di todo y lo perdí todo por ella. No es que tuviese mucho antes, no era una figura importante o una persona brillante. Pero tenía salud, una casa, un círculo social a mi alrededor. Ahora sólo tengo un hedor lúgubre y una botella de Vodka vestida con una bolsa de cartón. Alguien me echó unas monedas. Las conté. "Perfecto, me llega para otra botella". Con esfuerzo y gran dolor me levanté, eché un último trago a mi amiga, y fui a comprar una nueva. Entré tambaleándome en la tienda, con los demás clientes alejándose de mi dentro de los límites físicos de la tienda para no ser abofeteados por mi olor. Me acerqué al dependiente.

—¿Qué puede darme con esto? —eché las monedas y un par de billetes sobre la barra que él se dispuso a contar.
—Algo de queso, fruta, pan... y un brick—
No le dejé acabar. —De alcohol, me refiero a botellas. ¿Qué puedo tener por esto?
—Cuatro latas de cerveza y una chocolatina.

Y eso me llevé. Paseé hasta un parque cercano, me senté en un banco y abrí la primera lata. El frío metal en mis labios. El áspero alcohol corriendo por mi garganta. El sol golpeándome en los ojos. La hierba danzando por el viento. Los pájaros cantando, los árboles haciendo sombra... Todo, absolutamente todo, me recordaba a ella. Y cuanto más alcohol bebía, más la recordaba. Más la dolía. Pero estos pequeños asesinos eran lo único que me mantenían en vida. Había perdido peso, pelo, color, incluso algún diente. Mi salud estaba en un punto horrible, casi de no retorno, pero de alguna forma esta vida me atraía. Como si alguien me empujara a ella, como si me susurrasen al oído que ésto es lo que debo hacer. Como si ella fuera la que me ordenara vivir así. Iría hasta el fin del mundo, de nuevo, si ella me lo pidiese. Pero ya no puedo perderme, no te puedes perder si no tienes a donde ir. Así que abrí mi ya cuarta lata y me la acerqué a los labios.
No me comí la chocolatina. Me olvidé de ella y se me derritió en la mano. Me lavé en una fuente y empecé a pasear por la ciudad. Eso era todo lo que hacía. Beber y pasear. A veces comer y dormir. Perdón, no paseaba. Buscaba, la buscaba en cada rincón, en cada sombra, en cada escondite. La necesitaba más que nada. La necesitaba más a ella de lo que me necesitaba a mí mismo. Pero era inútil. Y horas después, como cada día, me resigné al primer lugar que encontré donde dejarme caer para que Morfeo me diese un beso, y mañana será otro día.

La ciudad dormía. Había un hombre tumbado en el suelo con un aspecto horrible. Una mujer hermosa se le acercó, y tras darle un beso en los labios, le susurró al oído: "Sigue buscándome."

Más sabe el diablo por viejo que por diablo VI: La segunda víctima

En toda la noche sólo me había dirigido exactamente cuatro frases, así que cuando me pidió que me fuera con ella me dejó, como mínimo, descolocado.

No recuerdo bien cómo fue. Ni qué pasó antes y no sé si podré olvidar lo que no pasó después. Había humo, mucho humo, todo el mundo fumaba. Yo bailaba con mi tercera copa de whisky mientras repartía sonrisas gratuitas, pero sólo una alcanzó un objetivo. Recuerdo sus ojos, tan verdes que no podía dejar de seguirlos y hacían que me perdiese en su mirada. Su pelo, sus curvas, el rastro de su voz, su olor, incluso su sombra era bella. La miré como quien observa la magia desde un banco aburrido, con miedo a acercarse pero sin ser suficientemente valiente como para apartar la mirada. Y ella me miraba a mí, y sonreía mientras bailaba de una forma en la que sólo el mar se mueve. Movió sus labios, hacia mí, pero no me llegó el sonido de su voz. Pero pude leerlos y sé que me dijo "Somos estrellas". Nunca me olvidaré de esos labios. Y anduvo, moviendo sus piernas con gracia y con un cigarro apoyado en la belleza. Me cogió la mano y pude sentir mi corazón por encima de la música, me acercó a ella y me susurró al oído. "Baila." Su voz era música, un arte para el que mis tristes oídos no estaban preparados. Me aguanté las ganas de llorar ante tal belleza y bailé con ella.
No sé cuánto tiempo bailamos. Tal vez fue una hora, pero me pareció un segundo. Tal vez fue un segundo, pero me pareció infinito. A su lado el tiempo no existía, se difumina la realidad y todos los horrores que ésta encierra para dar paso a un algo que no sé describir. Pero bailamos, y la tuve cerca de mí y nunca quise soltarla. Y cuando la solté fue como ver a mi propia vida alejarse de mí, entre sonrisas y miradas. Pero bailamos, me moví lo mejor que pude y ella lo hizo con una gracia natural. Le susurré mi nombre al oído. "Tú puedes llamarme ...", nunca oí su nombre. Nunca. Pero recuerdo su aliento en mi oído, recuerdo su voz y recuerdo su cercanía. Moriría y lo daría todo a la vez, incluso mi propia muerte, por sentirla de nuevo tan mía. Me volvía loco de una forma singular, de una forma única, de una forma en la que no me importaba invitar a la locura a este nuestro baile. Alargó su brazo y con fuerza me acercó a ella y seguimos bailando, como estrellas en el cielo, como pájaros en el viento, como árboles en un bosque. La sentía mía y yo me sentía suyo. Hasta que se fue. Se dio la vuelta y se fue, y miré cómo se iba y me gustó verla marchar pero dolía, dolía perderla. No sé de dónde obtuve la fuerza o valentía pero apareció, y la seguí.
Llegamos a la calle, era de noche y llovía. Su pelo se mojaba y caía sobre sus hombros con un toque mágico. No había magia en mí, ella la tenía toda. Se encendió otro cigarro que ni la lluvia podía apagar. "Ven conmigo, ven conmigo lejos".

Y por supuesto, la seguí. Anduvimos durante horas y en ningún momento sabía a dónde íbamos pero no me importaba, sólo quería estar con ella. La habría seguido hasta el fin del mundo si me lo hubiese pedido. La habría seguido hasta cualquier parte sólo a cambio del sonido de su voz, del calor de sus ojos. Y sin razón alguna más que esa pasión, la seguí hasta un lugar alejado que no recuerdo donde perdí todo lo que una vez amé.
Aún recuerdo el brillo de sus ojos, la música de sus labios, el sonido de su cuerpo. Recuerdo ese fatídico día en que lo di todo por una mujer de la que no sabía nada a cambio de algo que no recuerdo muy bien qué era. Recuerdo que me dejó con el aliento manchado y el corazón roto, mirándome a los ojos y un poco más adentro. Recuerdo que silbaba una canción la cuál no conocía.

Ésta es la historia de como el diablo se presentó en forma de locura. O amor. A veces los confundo.



Paz, capullos.

Si me levanto y grito que ningún país debería tener armas me tachan de loco. Si defiendo que ningún individuo o grupo, público o privado, debe tener la oportunidad de acceder a cualquier instrumento de asesinato o terrorismo para llevar a cabo sus propios intereses o "proteger la paz" me dirán que el mundo no funciona así. No se pueden borrar los ejércitos, bases militares y bombas atómicas, no se puede; porque si lo haces habrá un estado que se quedará con sus pequeñas armas estúpidas y aprovecharán su  poder militar para declararse presidentes del mundo siguiendo un guión sacado de un capítulo de Los Simpson. Pero casi nadie está en contra de que la política estadounidense armamentística es aborrecible y que permitan a cualquier ciudadano acceder a un arma solo consigue subir e incrementar los índices de homicidios y violencias por armas de fuego.
Los señores tejanos que creen en Dios y no en los homosexuales defienden su derecho a tener un rifle porque es su derecho y si no tienen un rifle no pueden disparar al negro que va a robarles sus trabajos. Ni al tejano vecino que puede tener una polla un rifle más grande.y que es una amenaza para la democracia y las libertades civiles y humanas más básicas ligadas a todos nosotros desde que nacemos. Es estúpido el americano que cree necesario, NECESARIO, tener un arma para poder sentirse seguro. Y también es estúpido decir que es necesario que los estados tengan ejércitos para sentirse seguros. Por la paz.

El mundo occidental  y gran parte del oriental lleva años en una democracia bien bonita violada por medios de comunicación controlados por lobbies muy grandes que controlan hasta tu régimen horario para ir al baño, pero la mayoría de población con o sin estudios (como si eso dividiese a la población en gente inteligente y gente no tan inteligente) sigue creyendo que es necesario que los estados gasten millones al año en crear soldados y bombas atómicas antes que, no sé, cualquier otra cosa. Patitos de goma. Hamburguesas. Un huerto más grande. Cualquier cosa antes que darle legitimidad a asesinatos masivos a manos de intereses políticos, religiosos y colonizadores. La guerra no es necesaria.
No puede entrar en la cabeza de un hombre o mujer con inteligencia media-baja que si millones de personas se plantan frente a frente y se matan mutuamente sea más fácil llegar al a democracia y a la paz. Que para evitar que una organización terrorista mate a tus ciudadanos debes matarles a ellos, a los ciudadanos del país donde se encuentran en el momento como víctimas civiles daños colaterales o a un hospital que se plantó allí por el estado que incita a la guerra para curar a la gente disparada por las armas de ese mismo puñetero estado. El Gobierno bananero de cualquier país señala a organizaciones terroristas como si fueran el principal problema de la paz mientras los financian o desarrollan carreras armamentísticas con el país vecino para tener una bomba nuclear más grande. Ellos matan por terrorismo y yo por la paz. Aunque el distribuidor de sus armas y de las mías sea el mismo. Y yo pague a sus soldados. 

Y podría empezar a poner ejemplos como la financiación de la organización Obama de ISIS, la declaración de Putin de que no está en ninguna carrera armamentística sólo "quiere estar al día" o el bombardeo a un hospital de Médicos sin fronteras en Afganistan por parte de unos militares de los malditos estados putos unidos de américa. ¿Quieres sueño americano? Pues aquí tiene libertad, seguridad, un poco paz en forma de bala y unas opiniones mal formadas pero muy bonitas sobre nuestros enemigos políticos. ¿Entonces quién es el malo? ¿Estados Unidos? ¿Obama? ¿ISIS? ¿Cualquiera organización terrorista? ¿El difunto Osama Bin Laden? ¿Iran? ¿Iraq? ¿Siria? ¿La Unión Europea? No hay que ir tan lejos para encontrar al culpable.

El único culpable de que no exista la paz es la guerra y esa frívola necesidad de la gente de justificar su seguridad a través de matar a otros antes de que te maten a ti. Nadie conoce el concepto de diálogo. Hay menos guerras, duran menos, muere menos gente y hay menos soldados que van a la guerra en contra de su voluntad. Pero aprendamos que guerra, terrorismo, terrorismo de estado y cualquier otro concepto que os salte a la cabeza en que mucha gente mata a mucha gente es lo mismo: Asesinato en nombre de la paz.

Y si me permitís decir cuatro palabras sinceras sin intentar que suenen bien, grandilocuentes o literatas: "Van a volverme un puto hippie a este paso los muy gilipollas."

Negro cual carbón

Hacía frío, mucho frío. Joder qué frío. Y yo con faldita, suerte de las medias. Aceleré un poco el paso, quería llegar pronto a casa, café caliente y manta. Tal vez una peli. Había tiempo de decidirlo. Entré al parque, me gustaba el parque por la noche, aunque no era ni siquiera las ocho. Pero claro, invierno, oscurece pronto. De nuevo, suerte de las medias. Me subí un poco la bufanda y aceleré un poco más el paso. Sentí un escalofrío, algo andaba mal. Una mala sensación. Una perturbación en la fuerza, podría ver Star Wars al llegar a casa. Al fondo, a unos veinte metros, vi a un hombre. Ligeramente alumbrado por la luna sonriente, me observada. Estaba sentado en un banco, con unos pantalones vaqueros y una camiseta de tirantes. Vaya loco. Entonces... vi lo que hacía. Apretó más su mirada hacia mí, una mirada muy incómoda, casi me dolió y todo, y bajó la mano. El cabrón bajó la mano y sin apartar sus asquerosos ojos de mí, se tocó. Pero no se rascó sin importarle quien había alrededor como suelen hacer todos los hombres - en serio, ¿por qué? ¿No sabéis disimular?-, más bien se frotó durante unos largos segundos. Joder, qué asco. Cogí un camino que me alejaba del cerdo y acelerando el paso a velocidades increíbles empecé a salir del parque.

Estaba ya a pocas calles de casa cuando, de nuevo, sentí un escalofrío. Me paré un segundo y me di la vuelta. Oh, mierda. Estaba allí, el cerdo del parque. Estaba lejos pero sabía que era él, andando hacia mí. Me di la vuelta y seguí andando. ¿Me estaba siguiendo? Que hijo de puta. Tal vez debería llamar a la policía, aunque no me agradaba esa idea. Me dirían que eran imaginaciones mías, que no podían detener a alguien por caminar por la misma calle que una mujer. Pero joder, había sido asquerosamente grosero en el parque y ahora, casualmente, me seguía. Torcí a la derecha y seguí andando, empecé a sudar. No te pongas nerviosa, piensa, piensa. Saqué el móvil sin encender la pantalla y le vi en el reflejo, aún me seguía. O no, ¿me estaba siguiendo? Tal vez vive por aquí cerca, o va a casa de un amigo, o a un bar. O de putas, seguro que va de putas. Pero huele mal, joder esto me huele muy mal. Tal vez... tal vez fuera culpa mía. Invierno y yo con esta falda tan corta. Es verdad que las medias me protegen pero tal vez le hubiese provoca... No, joder, no. No seas estúpida. Me pongo una falda, me violan, ¿mi culpa? Su puta madre. Y entonces me quedó claro, el silbido asqueroso que me regaló me sacó de dudas. Voy a romperle la cara a ese violador. Decidido.

Le esperé a la vuelta de la esquina. ¿Le apetece tocar a una mujer esta noche? Pues que se prepare. Una sombra, un pie, no le di tiempo a pensar. No me costó mucho levantar la pierna a la altura de su cabeza. Se golpeó contra la pared y cayó al suelo, aún consciente. ¿Debería haberle dado más fuerte? Se levantó poco a poco y sin darle tiempo de acabar, me acerqué y le di dos puñetazos en la cara. Creo que le he roto la nariz. Gracias papá por insistir en esas clases de Taekwondo. Sabía cuál era el paso final.

"Castigar a violadores 101". Bienvenidos a la primera clase. ¿Pensáis que enseñar a las mujeres a defenderse sirve de algo? Pues no. Tal vez el cabrón no pudo tocarme esa noche, pero sólo habría conseguido que esa noche, tal vez la siguiente también no violara a nadie. Pero eventualmente habría salido de nuevo a cazar. Porque así es como piensan, si evitas que te viole a ti simplemente violará a otra. Hay que enseñarles a no violar, pero ese no tenía arreglo. En el suelo, con la cara llena de sangre  lo único que hacía era sonreír. Me estaba mirando bajo la falda. Vi un bulto en sus pantalones. Me entraron ganas de vomitar, gritar, preguntar por qué tenía que pasarme esto a mí. Me sentí sucia, muy sucia, ¿por qué tenía que mirarme así? Joder, voy a salvarlas a todas de este cabrón.
Le di patadas en los huevos hasta que escuché un crac, ignoré sus gritos, lloros y súplicas. No hay perdón para ti, cabrón.

Corrí sin mirar atrás hasta que llegué a casa, cerré la puerta con llave, me puse el pijama y me metí en la cama. Tardé tres horas en dormirme, muerta de miedo. Lloré, lloré como nunca lo había hecho. ¿Y si le llega a pasar a otra? ¿Y si le llega a pasar a cualquier mujer que no sabe dar apropiadamente una patada? Le había roto los huevos, literalmente, a ese cabrón, pero eso no había solucionado el problema. ¿Cuántas chicas habían sido violadas esa noche en mi ciudad? ¿En mi provincia? ¿En España entera? ¿En el mundo? ¿Cuántas lo fueron ayer? ¿Mañana? ¿Esta semana? ¿Y cuántas han muerto? A la mañana siguiente tiré la falda a la basura, me traía malos recuerdos. Me tomé una pastilla para el dolor de cabeza y entré en Google. No tardé mucho en encontrar la información, lo imprimí todo y fui al ayuntamiento. Gracias a dios, hacía mucho sol y había mucha gente en la calle.

—¿En qué puedo ayudarla? —me preguntó un chico al otro lado de un escritorio. Me sonrió. ¿Me habría mirado las tetas al entrar? ¿Me había pasado con el escote? No, aún llevaba la bufanda de ayer. No te obsesiones, no te obsesiones.
—Quería entregar estos documentos que prueban que estoy capacitada para abrir un gimnasio, aquí tiene toda la documentación sobre el local, los impuestos al día... Querría empezar lo antes posible.

Escaneó todos los documentos y me prometió que me llegaría una respuesta lo más pronto posible. Dos semanas después, ¿o fueron tres?, da igual. Una eternidad después me llegó el permiso. Lo tiré a la basura, llevaba ya ocho días dando clases, no podía esperar tanto. Es más, el mismo día que fui al ayuntamiento había ido a una copistería a imprimir carteles. Había empapelado mi ciudad. Quería hacer algo. Y ahora, en todas las farolas y escaparates del lugar se leía una frase:

"Defensa personal para mujeres."

Pero  tres veces a la semana, cuando esas mujeres llegaban a mi gimnasio y se preparaban para empezar la clase yo no la presentaba como "Defensa personal para mujeres". No, simplemente preguntaba si había alguna alumna nueva. Si la había, le explicaba mi experiencia y pedía a quien quisiera que compartiese la suya. El primer día no hicimos nada de artes marciales, sólo hablamos. El segundo día empezamos a practicar, lo básico, la forma correcta de dar un puñetazo y una patada. Se respiraba rabia en el ambiente. Así que para empezar la clase, las saludaba a todas y me presentaba:

—Buenas tardes, soy vuestra entrenadora de defensa personal, bienvenidas a Castigar a violadores 101.