Los ojos que devuelven la vida.

El sol no brillaba esa tarde, las nubes lo tapaban todo y seguramente en unos minutos empezaría a llover. Jack caminaba por la ciudad, pero como si no perteneciese a ella. No se sentía de ningún lugar, ni siquiera se sentía de él mismo. Estaba cansado, simplemente eso. Le despidieron, le dejaron, le maltrataron... una y otra vez. Hasta que se rindió. Luego hizo lo que todos; se tiró a la bebida, se fue a un par de prostíbulos y decidió empezar a fumar. No compró ropa nueva, llevaba días ya con la misma y la gente se apartaba cuando él se acercaba. Daba pena, mucha pena. Llegó a su destino, abrió la puerta y empezó a subir.
Fue por las escaleras, no tenía prisa. Nadie le echaría de menos, daba igual un minuto que veinte. Finalmente llegó, piso 14. Sacó la llave y salió a la azotea. Intentó pensar que desde ahí las vistas eran preciosas, que valía la pena vivir sólo por poder ver eso. Pero no pudo, sólo quería saltar. Hacerlo ya. Avanzó, mirando al suelo, hasta la cornisa. Al llegar le impresionó la altura, pero no se acobardó. Estaba decidido.
Luego subió la mirada, intentó regalarle una última sonrisa al mundo. No pudo. Y entonces, la vio.
En el edificio de enfrente, en un balcón, había una chica. Llevaba pantalones tejanos y una camisa blanca de tirantes. El viento hacía bailar su melena rubia. Incluso desde ahí, Jack pudo ver sus enormes ojos azules. También vio como sonreía, él le devolvió la sonrisa. Durante un instante, olvidó porqué estaba ahí. Sólo existía ella. La chica levantó el brazo y empezó a moverlo, saludándole. Él la imitó. Luego le entraron unas fuerzas enormes de saltar. Pero no al vacío, sino hacia ella. Quería volar hacia el otro edificio y quedarse ahí. Quería vivir. Levantó la mano y le indicó que esperara. Correría hasta el edificio, iría a buscarla y le daría las gracias. Esos ojos azules le habían devuelto la vida. Se dio la vuelta y bajó de la cornisa, justo antes de correr hacia la puerta para volver a dentro del edificio se giró de nuevo para mirarla. Pero ella ya no estaba.
Un segundo más tarde, se escuchó un golpe y un grito.

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