Caminos, borrados, del pasado.

Cuando estaba en primaria, al igual que todos, tuve mi pequeña historia.

Ahora tengo 35 años, una hipóteca y una preciosa mujer. Se llama Ana. Trabaja de Social Manáger en una importante multinacional dedicada a distribuir farmacéuticos. La conocí hace diez años, en una fiesta, rodeados de humo y alcohol y yo iba lleno de ambos. Me acerqué, la besé y le dije hola. Ella me dio una torta por el beso sin permiso, y luego me permitió intentarlo otra vez. Por alguna razón me aceptó en su vida, aceptó mi amor y aceptó casarse conmigo. Diez años después, sigue siendo la cosa más bonita de este mundo, y siempre la beso, y luego le digo hola.
En su momento, tardé menos de un segundo, menos de un latido de corazón, menos de lo que tarda un trueno en romper el silencio, en enamorarme de ella. Hubo otras antes, claro, ninguna importaba ya. También teníamos dos hijos y un chucho. Una casa bonita y un coche rápido. Una cocina llena de vino y queso. Una tele grande y una librería aún más grande. Todo iba bien en mi vida y yo era feliz.

Sucedió un Lunes, volviendo de comprar café, cuando me crucé con ella.

En primaria estaba colgado de una niña muy mona. Era pelirroja y siempre llevaba dos coletas. En cuarto le di un beso y ella me dio una torta. Luego se convirtió en tradición. En quinto aceptó ser mi amiga. En sexto nos convertimos en mejores amigos. En la ESO descubrí lo que era el dolor.
Con catorce años empecé a mirarla distinto, a mirarla más. A sentirla. Llevaba años pensando que era una niña preciosa, con catorce años pensé que era la más preciosa. Con quince se lo dije.

- Lo siento, sólo te veo como un amigo.

Y dolor.

Pero no nos distanciamos, seguimos siendo grandes amigos. Llegamos a Bachillerato y fuimos al mismo instituto. Y pasaron cosas. Luego fuimos a la universidad, y como la vida, cada uno siguió su camino.

Ese Lunes, nuestros caminos se cruzaron. Ella llevaba el mismo pelo rojo, sin coletas, un vestido verde y un café en la mano. Me reconoció al instante, corrió hacia mí y sin permiso, me abrazó.

- ¡Hacía siglos que no nos veíamos! - Me dijo con una sonrisa enorme mientras se quitaba las gafas. Sus ojos eran del color de la luna.
- Lo sé, desde que fuimos a la universidad... ¿qué es de tu vida? - No podía evitar sonreír sin parar.
- Pues... me casé hace dos años. - Me enseñó la foto de un niño rubio que sonreía a la cámara.
- Vaya, ¿y tienes hijos?
- Sí, pero de mi ex marido. Me divorcié hace años y me casé con él en la universidad.

Sonrió, con sinceridad.

- ¿Y tú?
- Me casé hace ocho años y sigo con la misma mujer. Mira, es ésta. Y estos mis hijos.
- Es preciosa.
- Lo sé.

Me contó que trabajaba de informática, free lance, desde casa. Que tuvo problemas con alcohol, que había perdido el contacto con su pasado y que ahora era feliz con su vida. Yo me alegré por ella y le di mi móvil para vernos otro día. Nos despedimos con dos besos, y cada uno siguió su camino.

No pude evitar pensar en lo poco en lo que se reducía ahora. En su tiempo, ella fue mi mejor amiga. Nunca se lo dije, pero desde que me declaré por primera vez, seguí enamorado de ella durante años. Incluso en la universidad, sin ningún contacto con ella, me costó olvidarla. Me costó horrores. Ahora, una conversación de cinco minutos, dos besos y un "ya nos veremos". 
El amor de mi infancia, reducido a un cliché. A un frase de promesas rotas. A otro contacto de móvil cualquiera.

Llegué a casa y dejé el café en la cocina. Fui al comedor, le dí un beso a Ana y le dije hola. Ahora Ana estaba en mi camino, y todos los demás habían sido reducidos a nada.

Me entraron ganas de llorar al recordar todo eso que en su día me importaba y que hoy ha desaparecido. Toda esa gente que significó tanto y cuyas caras no puedo recordar ya. Le escribí un mensaje y le dije de vernos mañana para tomar un café, con Ana y su marido. No tardó ni un segundo en responder.

- ¿Ana?
- ¡Dime! - Subió corriendo las escaleras y entró en la habitación.
- Nada, esto... ¿mañana por la tarde estás libre?
- Sí, ¿por?
- Para tomar un café con unos amigos.
- Claro, ¿quiénes? ¿Les conozco?
- No, es una amiga mía y su marido. Hacía años que no la veía y me la he cruzado antes.
- Vale, será divertido. 

Ana me dio un beso y volvió a bajar. Yo me quedé un rato en la habitación. Me dije a mí mismo que sólo era nostalgia. Pero abrí mi diario personal y escribí dos líneas.

"Hoy he visto a mi primer amor. Sigue siendo increíble."

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