La otra vida.

- ¿De qué tienes miedo?

La muerte me miró, y yo tuve miedo.
Había aparecido allí sólo hace pocos minutos, después del golpe. No recordaba nada de ese momento, como quien no recuerda cuándo se durmió exactamente. Sé que he muerto, por eso estaba allí, pero no lo recordaba. Sólo algo vago, inexacto, nada claro.
Sí recordaba mi vida y a todos aquellos a los que había dejado atrás. Mis padres, mi novia, mis amigos... Los recordaba, me dolía y no pude evitar llorar. Pero no le temía a la muerte.

- Tengo miedo a no superarlo.
- ¿No superar el qué?
- Esto. La muerte.
- Ya... pues vas a tener que hacerlo chaval, no hay solución. Las palmao'. - Así me lo dijo, con una sonrisa y un tono algo sarcástico, como si le pareciera gracioso. 
- Bueno, ¿dónde estamos? - Pregunté eso porque no todos los días uno tiene la oportunidad de hablar con la muerte. Pensé que era un buen momento para obtener respuestas.
- En otro sitio.
- ¿Qué sitio?
- Es complicado.
- ¿No tiene nombre?
- No para vosotros.

"No para los que estaban vivos". Se ve que hay gente que siempre vive, gente que siempre ha estado muerta, y luego el resto. La mayoría. Gente como yo. Que vive, y luego muere. Le dije que era imposible, que no existía gente inmortal. 

- Es complicado. - Respondió.
- ¿Entonces... sí existen?
- Sí, sí... pero.. es complicado.
- Íntentalo.
- Nah... no me apetece.

Y la Muerte se dio la vuelta y empezó a andar. Yo no me creía su comportamiento. ¿Cuál era su problema? Le seguí y me puse a su lado.

- Oye Muerte, ¿puedo llamarte Muerte?
- Sí claro, es mi nombre. - Sonrió de nuevo, ¿se lo pasaba bien?
- Esto... ¿es el cielo? ¿El infierno?
- Oye hazme otra pregunta...
- ¿A dónde vamos? - Fue lo único que se me ocurrió.
- Esa... mejor piensa otra.

Me sacaba de quicio. Se negaba a darme ninguna explicación sobre todo esto, y sin miramiento esquivaba mis preguntas, se burlaba de mí...

- ¿Existe Dios y el Demonio? - Probé con otra pregunta.
- Yo que sé. ¿Existe? - Me miró fijamente como si realmente pensara que yo tenía la respuesta.
- Pero... ¿no deberías saberlo tú?
- No sé, ¿por qué no lo sabes tú? - De nuevo, esperó mi respuesta. Como si yo pudiera tenerla. Tal vez tenia que hacerle preguntas más simples.
- ¿Dónde están el resto de los muertos? ¿Por qué estamos los dos solos?
- No sé tío, por allí estarán.

Le miré incrédulo, y él se limitó a suspirar y levantar los hombros. Me daba respuestas inútiles y absurdas una y otra vez, o sino hacía alguna broma sin gracia. No saqué nada claro de todo eso, así que probé con preguntas aun más simples.

- ¿Cómo morí? Es que no me acuerdo.
- Hostia tío no te estaba mirando... Yo paseaba por aquí y llegaste.

La Muerte me llamaba "tío", como si fuéramos viejos amigos. Me trataba como un desconocido al que te encuentras un día de fiesta, borrachos los dos, y habláis de temas sin sentido. Dejé las preguntas complicadas, y las simples, y fui a las que me importaban.

- ¿Estarán bien? - Dejé de andar, para indicarle que ahora sí necesitaba una respuesta de verdad. Él se paró también, me miró y suspirando, respondió.
- Sí. Todos lo superan, de una forma u otra. 
- ¿Todos?
- Sin excepción. Lo superan en vida, o en muerte.
- ¿Morirse es una forma de superar una pérdida? ¿Dices que para superar perder a su hijo, mis padres se tienen que morir?
- No, no... - Agitó las manos en el aire, como si le preocupara lo que he dicho. Vi una seriedad en él desconocida hasta ahora. - Es una forma, no la única. Piénsalo bien. Si te mueres... estás con los que has perdido. Superas la pérdida.
- Supongo que tienes razón... ¿Pero por qué a mí me duele?
- A ver cómo te lo explico... - Se sentó y yo le imité. Estuvo unos diez segundos callados, pensando, y empezó a hablar. - Todos pensáis que la muerte y la vida son contrarias, terriblemente distintas. No es así. ¿Te parece esto muy distinto a lo que había antes? Tal vez el paisaje no se parece mucho, ni la comida... y puedes hablar conmigo. Pero será otra vida. Muy parecida a la de antes. Por supuesto, aquí también hay preocupaciones, dolor...
- ¿Entonces para qué morimos si tenemos que seguir aguantando todo eso?
- ¿Acaso todo eso ha quitado valor a tu vida?

No, claro que no. 

- ¿Entonces... esto es la reencarnación?
- ¿Qué? ¡No! - Soltó una carcajada sin miramiento, burlándose de mí como si no estuviese delante suyo. - No te transformarás en un gusano ni nada así, seguirás siendo tú... pero aquí.
- Y no me dirás qué es aquí...
- Es complicado.
- Y una vez aquí... ¿la gente se muere?
- Ni idea. - Se urgó la nariz.
- ¿¡No lo sabes!? - Pensé que ahora sí bromeaba de verdad, tenía que hacerlo.
- Yo controlo a los vivos que vienen aquí, y sé más o menos cuantos inmortales hay y todo eso. Pero la peña que hay por aquí... no sé, muchos.
- ¿No sabes cuántos muertos hay aquí? - Tenía los ojos abiertos como platos.
- Es que no tenemos un censo, ¿quieres empezar a contarlos?
- ¡Pero si no hay nadie!? - Me levanté de golpe.
- Hostia, ¿te cuesta eh? - Se inclinó hacia atrás, como preparándose para otra explicación. Costaba que diese respuestas. - Esto es grande, ¿vale? Muy grande. Tú piensa en cómo de grande es el mundo de los vivos, en cuántos hay... Pues esto es infinitamente mayor, puedes pasarte mucho tiempo sin cruzarte con nadie. 
- ¿Esto es entonces un planeta? ¿Una habitación infinita?
- Los vivos no tenéis conceptos para entenderlo, es... un lugar. Un lugar muy grande. No es infinito, pero no puedo explicarte cómo de grande es. Además, el tiempo aquí funciona de otra manera, tampoco puedo explicarte cómo de viejo es.
- ¿Podría decirse que es otra dimensión?
- Podría. - Entrecerró sus ojos y volvió a levantar los hombros, como si aceptara mi respuesta por aceptarla no porque fuese correcta. - Mira, deja de preguntarte qué es este sitio y qué hay y tal. Sólo... pasea, vive, hay mucha peña.
- ¿Dónde?
- No sé, ¿por allí? - Señaló a un punto en el vacío.
- Has dicho que se pueden estar años sin cruzarse con nadie, ¿le pasa esto a todos? ¿Mueren y aparecen en la nada para charlar contigo?
- Que va, ha sido casualidad. - Se levantó y estiró la espalda. - Yo estaba por aquí y tú has aparecido. Pero puedo llevarte a donde hay más gente, al fin y al cabo podría decirse que esto lo controlo yo.
- ¿Cómo un dios?
- Bueno... - Sacudió la cabeza a los lados. - Más o menos. Bueno, quieres que te lleve con otros. ¿No? - Asentí. - Vale, pues atento. Es fácil. Sólo cierra los ojos, relájate y déjate llevar. Literalmente, en todos los sentidos.
- Vale, una pregunta más. Todo esa gente... han muerto, ¿no?
- Sí joder, claro. Vaya pregunta... - Además era borde.
- ¿No estarán todos deprimidos? Por haber muerto y eso.
- No todos se toman la muerte igual, de la misma forma que no a todos les afecta igual la muerte de otro. Pero sí, algunos se deprimen al morir. Y algunos no lo superan.
- ¿Y tú eres la causa de eso?
- Bueno, yo no te he matado... - Se rió, de nuevo. - Pero sí, digamos que yo me inventé a mí mismo. Era algo necesario, ya sabes, superpoblación y esas cosas... - Me guiñó un ojo y sonrió, como si descubriese un gran secreto gracioso. 
- Y haciendo tú esto... ¿no te afecta? ¿Cómo estás tú?

La Muerte no respondió, y no sonreía. Sólo me dijo que cerrara ya los ojos, que me dejara llevar. Unos momentos después estaba rodeado de gente, del resto de los muertos, y la Muerte se fue.



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