Los colores del alma

Salí del vestidor y me sentí nueva. Renovada, endiabladamente hermosa. El vestido me sentaba fenomenal, a mi parecer. Marcaba mi figura y me proporcionaba una cierta inocencia. Era de un color claro, realmente precioso. Había cogido unos zapatos a juego, del mismo color. Me eché mi rubia melena a un lado y ésta decidió descansar sobre mi hombro derecho. Me di la vuelta y volví a mirarme al espejo, sonreí para mi misma y me acerqué a él para pedirle una opinión.

- Y bien, ¿qué te parece?
- Por tu voz, diría que preciosa. - Sonrió, una sonrisa amable y sincera. Y no enrojeció ni un grado.
- Tonto, ¿y qué más? - Yo sí me enrojecí. 
- Estás contenta, te sientes bien contigo misma y seguramente lo que te acabas de poner te ayuda a ello. Pero... necesitas mi aprobación. ¿Por qué la necesitas?
- ¡No necesito tu aprobación! Ya sé que estoy hermosa con el vestido, - Remarqué la palabra vestido, para que supiese qué era lo que me había probado. - pero... me gusta discutir estas cosas contigo. ¿Quieres que te lo describa?

"Sí, por favor". Se levantó sin dudar, y avanzó con confianza hasta mí. Supongo que fue mi perfume, el que le indicó dónde estaba, y se paró jsuto antes de llegar donde le esperaba. Se colocó bien las gafas de sol, me dedicó una sonrisa picarona y golpeó dos veces al suelo con su bastón. Luego, estiró el brazo, y le cogí la mano. Hice que cogiese el bajo del vestido, para que notase la tela. Luego, de forma tierna, fue subiendo la mano por mi caderas, mis costillas, y llegó al hombro. Cogió el tirante, y lo rasgó como si fuese la cuerda de un instrumento. Parecía que quería que mi vestido sonara, que empezara a cantar y le dedicase un momento. O un concierto entero. Le dije que había cogido zapatos a juego. Sin dudar de nuevo, se agachó y amablemente me pidió el pie. Lo puse con dulzura sobre su mano, y me acarició pasando sus dedos por el zapato. Luego inspiró fuerte y se levantó.

- Me gusta su tacto, y también su olor. Aunque... tal vez sea tu olor. Me gusta cómo oléis. El vestido y los zapatos se complementan muy bien. Y claro, te da una forma excepcional. - Volví a sonrojarme, y por alguna razón me alegré de que no me viese. - ¿De qué color es?
No tuve que pensar la respuesta. - Del color del mar.
- Me gusta el mar, me gusta como huele. Me relaja el mar. ¿Qué tipo de mar es?
- Es... calmado. Tiene el color de un mar calmado, de un mar que te invita a entrar. 
- ¿El agua está caliente?
- Oh no, definitivamente está fría. Bastante fría... pero no duele.
- ¿Es amable?
- Sí, tiene un color amable. Un color simpático, que está allí, que te calma.
- Me gusta. ¿Y los zapatos?
- Del mismo color.
- ¿Exactamente el mismo color?
- Bueno, el mar no está tan calmado. Es un poco más agresivo.
- Me gustan los pies agresivos. Háblame más de que este color amable.
- Es... como un rayo. Un rayo que cae sobre un desierto por la noche, cuando el cielo está estrellado. Es algo hermoso, y no hiere a nadie.
- Querida, no he entendido nada de lo que acabas de decir.

Me eché a reir, no pude evitarlo. Me encogí y fui a una butaca. Me sequé una lágrima y pensé cómo podría describírselo. Le dije que se acercara, cuando llegó hasta donde estaba yo le besé.

- Este color lo conozco. Me has hablado muchas veces de él, tu color favorito. Pero... no es el color del mar. Ni es calmado ni amable. ¿Es... 
- Oh, no, no. Sé que conoces bien este color. Pues es lo contrario.
- ¿Como si me pegaras una torta?

Me quedé pensativa. No, no se parece en nada a una torta. ¿Qué color tiene una torta? Tal vez... Le acaricié gentilmente la mejilla, me besé un dedo y lo posé sobre sus labios.

- Este color.
- Oh, sí, lo veo...

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