Un día especial

Llevaba meses obsesionado con ella.
Era una compañera de trabajo, ella estaba en la planta tres y yo en la cinco. A veces nos veíamos en el ascensor, y me dolía tener que bajar en la tres y rechazar unos segundos más a su lado. O tal vez, en la cola de la cafetería. Saliendo de la oficina, entrando a la vez en el metro... Me cruzaba con ella cada día, dos o tres veces. Dos o tres razones para ir al trabajo.
Nunca había hablado con ella, pero la conocía tan bien. Su sonrisa torcida, y ese brillo en sus ojos. Su pelo, bailando al viento, incluso podría contar sus cabellos con un parpadeo. Me gustaba esperar detrás suyo en el anden, hasta que el metro llegaba y su pelo y su falda se mecían. Era tan bonita, que a veces perdía horas imaginándola. La imaginaba llegando a casa, tirando la bolsa sobre el sofá. La imaginaba dando esos pequeños soplidos al café ardiendo, como hacía cada mañana. La imaginaba, una y otra vez.
Siempre me decían que debería hablarle. Pero, ¿cómo? ¿Qué decirle? Nunca lo veía claro. Había demasiada gente, ese día yo llevaba un peinado raro... Nunca lo veía perfecto. Nunca, hasta hoy.

Era Martes, yo llevaba mi corbata roja de la suerte y al entrar en la cafetería a por mi desayuno la vi con una falda azul y una camisa blanca. Estaba preciosa. Se puso detrás mío en la cola y juro que mis pulsaciones golpeaban al hombre bajito que me precedía. Sentí cómo se agachaba a coger su bandeja, y oí a mis espaldas su dulce voz pidiendo su café. Angelical, como mínimo. Por alguna razón, una vocecilla me decía que ese era el día. Yo llevaba mi mejor corbata, ella su mejor falda y mi café estaba negro y ardiente. Todo estaba como debía estar. Así que le puse valor, y después de pagar me giré y le dije.

- ¿Quieres sentarte conmigo a desayunar?

No sé porqué elegí esa frase, ni qué razones tuvo ella para responder que sí.
Teníamos diez minutos para desayunar, no más. Fueron suficientes para confirmarme a mí mismo que estaba enamorado de ella. Hablamos de café, de la oficina y de que habían dicho que esta tarde llovería. Minucias, yo sólo estaba atento a su voz y a sus ojos. Finalmente, dio un último sorbo y se fue. A los dos minutos me fui yo, aunque pasé primero por el baño a echarme un poco de agua por la cara.
Al mediodía, le dieron su placa de Empleada del mes. Yo aplaudí tan fuerte que mis manos quedaron como el infierno. Seguro que me escuchó. Somos una pequeña empresa contable, de auditorias. Parece que ese mes ella era la que había sacado mejores cuentas. Era increíble.
Había escuchado que tenía un par de trabajos más, porque no ganaba mucho en la oficina y tenía que pagarse el piso. Vivía sola, bueno, con un gato. Donaba bastante - mucho - dinero al mes a ONGs. Por eso yo me apunté a Amnistía Internacional y Médicos sin fronteras, quería saber que sentiría ella al ayudar a la gente. La verdad, era bastante reconfortante. Se ve que de vez en cuando también iba a comedores sociales, y yo una vez me pasé por uno. Me aseguré que no fuese ninguno al que ella fuese, me moriría de vergüenza. También se comentaba que estaba soltera, desde hace años, y era de los pocos que no tenía líos de oficina. Todos estábamos de acuerdo en que era muy dulce y buena. Y en las cenas de empresa era de las primeras en salir al karaoke o invitar a los demás. El alma de la fiesta, que se suele decir.
Hice todo este informe mental de ella mientras iba en el metro, y pensando en ella no pude escuchar la vocecilla anunciando mi parada. Ni la siguiente, y tampoco la que seguía. Al darme cuenta, me había pasado cuatro paradas. Salté rápido del vagón y fui al otro andén. Llegué a mi parada y empecé a andar a mi casa.

El semáforo se puso rojo, luego verde. Crucé la calle y llegué al otro lado. En ese momento, un hombre entraba en un coche, y al segundo después de escuchar el motor, le explosión me mandó volando contra el edificio que cerraba la acera.
El golpe en la cabeza fue terrible, caí al suelo y juro que sentí la sangre por mi dedos. La cabeza me sangraba a horrores, y empecé a escuchar voces acompañadas de un horrible pitido a mi alrededor. La mayoría corrían al coche, o se alejaban, o gritaban que alguien llamara a una ambulancia. Dos o tres personas corrieron hacia mí, gritándome que resistiera. Todos lloraban, todos gritaban, era horrible. Hasta que la vi.
Estaba arrodillada a mi lado, cogiéndome la mano con un móvil en la oreja. No llores, pensé.

Dicen que morí con una sonrisa.

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