La música suena, unos tonos repetitivos pero que incitan a moverse. Lana invita a su compañero y él es incapaz de negarse. La sala está llena, la gente come ruidosamente en las mesas y otros charlan mientras se contonean mutuamente. Peno ni el ruido de las bocas ni las voces de los fiesteros consiguen acallar esa obra que suena en todo el comedor. Lo invitados están colocados en círculo y hay un gran espacio vacío en el centro, para el baile. La obra acaba, y justo cuando Jack y ella llegan a la pista, los instrumentos vuelven a vibrar.
Esta vez es algo más vivo, más rápido, pero que debe bailarse pegado y mirándose a los ojos. ¡Y qué ojos! Azules, profundos, llenos de deseo y ambición. Los cuatro pies se mueven como uno solo, y las piernas se cruzan mientras las manos amenazan en zonas prohibidas. No hablan, no hace falta, sólo bailan y se clavan la mirada el uno en el otro como si así fuesen a destruirlo. O a volverlo a la vida.
La gente de alrededor empieza a seguirles. Se levantan, uno tras otro, de sus mesas y a se acercan a la pista. Risas, parejas revoloteando como colibrís y en centro, como dos ángeles avariciosos. Ellos.

El aliento les huele a alcohol, tabaco, y a la boca del otro. Aunque no han llegado ni a acercarse. Ninguno de los dos se atreve a ceder, sólo esperan a que el otro se abalance. Los músicos deciden tocar algo más animado, los bailarines deciden acercar sus pelvis como si fueran imanes y aminorar la marcha. Mientras todos los borrachos de champagne bailan como quinceañeros, los borrachos de lujuria danzan como leones.

Silencio. Los instrumentos descansan, o tal vez tocan algo aún más duro. La gente deja de comer, de reír, de bailar, de besar. Todos se van, las luces se apagan. Menos una. Jack y Lana quedan solos, en el último duelo, iluminados por un foco, en el centro de la sala. Sus ojos, sus labios, su manos y su pulso indican lo mismo: No permitirán una derrota. Las cuerdas vibran, cada vez más rápido. Los violonchelos cantan, los pianos tiemblan y los dedos empiezan a sangrar. El flautista y el trompetista se van, sus pulmones no lo soportan. Los duelistas siguen batallando, mirándose como quien observa a un lobo a punto de saltar. Con una pequeña sonrisa, saludando a la... ¿vida? Se va la viola, el pianista, se van todos. Ya no hay músicos, sólo ellos dos y una suave y lenta melodía de violín. Ninguno de los dos buscan al músico, no hace falta verlo. Le pueden oír. Vuelve la obra repetitiva del principio, incrementando la intensidad cada seis notas. Se acercan, milímetros. La música suena más alta, más fuerte. Más dura. Lana le coge la mano a la vez, en el segundo justo, que Jack le toca el pelo. La música afloja, la música queda encallada en la misma parte. Y los dos, como si se sintiesen obligados por una fuerza que ni existe ni importa, se lanzan. 

- Y bien... - pregunta Lana, mientras se agacha al suelo de la pista para coger el vestido-. ¿quién ha ganado??

- El violinista.

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