Más sabe el diablo por viejo que por diablo II: El ángel blanco.

Me levanté sobresaltado, pensando en ese sueño. Lo había vuelto a tener, como cada noche desde hacía ya días, meses tal vez. No me iba a engañar, dos meses y seis días. Puede que ya no fuera un sueño, a lo mejor era ya una pesadilla. Estaba cansado de esa chica, aparecía cada noche en mi sueño-pesadilla y no me daba ninguna pista de cómo encontrarla, empezaba a odiarla. Como cada día, salté de la cama sin ganas de enfrentarme al mundo y me dirigí a la ducha, para purgarme. Pero sólo salía agua, ni ácido ni lava ardiente, sólo agua. Desnudo, fui a la cocina y me calenté una taza de café. Por mis venas ya no había sangre, sólo café. Y nicotina. Había empezado a fumar, a ver si esa lente muerte daba vida a mi inspiración. Unas horas después encontré la respuesta.
El folio blanco se extendía delante de mí, una vez más. Sentía cómo se burlaba, las letras se escondían y los pensamientos me ignoraban. No importa cuánto tiempo hubiese pasado, no recordaba cómo escribir. Ahora llevaba vida de escritor; dormía poco, me alimentaba de café, cigarros y sueños rotos, y tenía las manos azules. Tinta, inspiraba tinta y no expiraba nada. Un escritor, sin nada que contar. Me reí de mí, por no llorar, y me acordé de él. "Escribirás lo que nunca se ha leído". Estafador, sé que lo único que me había proporcionado era ese sueño y una mala salud. Mentiroso. Y después de una mañana perdida frente al folio rebelde, hice lo que hacía cada tarde. Salí, a buscarla.
Ese día no comí, yo me alimentaba de la desesperación de la gente. Pero tenía esperanzas, por eso cada día salía a buscarla. Empecé a pasear por la playa, tal vez ella estaría ahí. Tal vez a la cuarta ola ella saldría del mar y me sonreiría mientras unas sirenas entonaban una bonita obra de Mozart. O tal vez no. Dos horas después llegué al final de la playa, y como era lógico, después de unos días durmiendo poco y comiendo menos, y con el sol abrasador golpeándome sin parar, caí.

No sé cuánto tiempo había pasado, abrí los ojos y me encontré en una sala. Silencio, sólo silencio. Y yo. Estaba todo blanco. ¿Había muerto? Tal vez ahora la vería, eso tenía sentido. Era un ángel. Escuché un pitido, sería mi corazón pidiéndome volver. Lo siento colega, mi ángel me espera. Poesía, otra vez. Qué curioso. Escuché una puerta. ¿San Pedro, es usted? No, era una chica. Yo tenía la vista nublada, y ella se acercó a mí. "¿Cómo se encuentra?" Preguntó una voz celestial. "Mucho mejor, ¿he venido demasiado pronto?". Ella se rió, me cogió la mano y me preguntó si deseaba algo. Mi vista se aclaró y ahí estaba ella.
Por fin, la había encontrado.


Desde el edificio de enfrente, por la ventana, un hombre con camisa negra y sin americana observaba con una sonrisa en los labios a un hombre despertarse en un hospital y enmudecer frente a una enfermera. Cogió su sombrero, hizo bailar su bastón y empezó a encaminarse a la calle tarareando una canción. Yo conocía esa canción.

No hay comentarios: