El mundo invertido

Estaba sentada en el suelo, como si el frío de éste fuera a solucionarlo todo. Tenía los ojos cerrados para que así la realidad y la ficción no existiesen. No confiaba en su oído, en su tacto, en su olfato ni en su gusto. Sólo en la vista, y tenía los ojos cerrados. Así que ahora todo dependía de su mente.
Notaba cada vez las paredes más cerca, como si en cualquier momento fuesen a alcanzarla. No sabía si era verdad, tenía los ojos cerrados. No tenía miedo, no tenía porqué tenerlo. Las paredes podrían encerrarla, o tal vez no. Ella sólo seguiría ahí, desnuda e indefensa, como si así fuese a solucionarle todo.
Y a la falta de espacio le seguía la falta de oxígeno. Una opresión en el pecho que subía hasta la garganta, y que esperaba que en cualquier momento saliese por su boca. No sabía cómo sabría, pues no confiaba en su gusto. Sólo en su vista, y tenía los ojos cerrados. Empezaba a dolerle la cabeza y notaba pinchazos en sus oídos. Los músculos cada vez le dolían más y notaba un extraño ardor en las piernas. Su cuerpo le pesaba, notaba como le molestaba cada centímetro de su cuerpo. Pensó en quitárselo, pero no sabía cómo hacerlo. Tal vez podría arrancárselo con las uñas pero no sabía si tenía uñas, porque tenía los ojos cerrados.
La sensación de estar atrapada, después de ese dolor general, fue acompañada de muchos pensamientos oscuros. Tal vez esa sala representaba todos sus males. Tal vez las paredes irían acercándose, de verdad, hasta llegarla a ella y aplastarla. Tal vez no estaba en una sala, tal vez se encontraba en medio del bosque y en cualquier momento una ola le alcanzaría, y la dejaría mojada. Tal vez era libre, pero no podía saberlo. ¿Por qué no abrir los ojos? Tenía miedo, miedo de ella y de lo que le rodeaba. Miedo de no estar a la altura, tal vez no podría parar las paredes. Tal vez abriría la boca cuando la ola la alcanzase y se ahogaría. Demasiadas cosas a su alrededor y no conocía a ninguna. Y además, le faltaba el aire.
Se le empezó a nublar la vista, con los ojos cerrados. Notaba que si los abría, lo vería todo nublado. Empezó a notar también algo cayendo hacia sus labios. Le habían dicho muchas veces que sus labios eran preciosos, pero daba igual, ella tenía los ojos cerrados. Lo que caía era sangre, aunque no podía estar segura. Olía a sangre, sabía a sangre, pero no confiaba en ella. 
El cuarto, la cabeza, la sangre, el frío, el dolor... Tantas cosas la rodeaban y ninguna le llegaba. Todo era una ilusión, estaba segura. Como cuando mil cosas te molestan y no te atreves a gritar. Gritarías, les gritarías a todos, pero saber que la mayoría de problemas te los has creado tú. No puedes confiar en tu oído, tu nariz, tus labios... Sólo en tus ojos, y los tienes cerrados.
Decidió abrir uno, poco a poco. Y se vio. Sentada, desnuda, bella, frágil, fuerte. Ella. Sola, rodeada de espejos. Decidió levantarse y romper uno. Sangre, en su puño, ahora estaba segura. Y empezó a abrirse paso regándolo todo de su sangre. Ella y el rojo, juntos para siempre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El mundo de los gays.