Esa querida hija de puta.

Alguien que ha escrito más de un centenar de textos conoce esa sensación. Te pasas unos días dando vueltas alrededor de una idea. Piensas en ella cuando comes, piensas en ella cuando limpias los platos sobre los que has comido. Cuando dejas de pensar, es cuando piensas en ella. Cuando quieres dedicar un tiempo a pensar, se lo dedicas a ella. Le das la forma perfecta, con sus párrafos y sus palabras perfectas. Y después llega el momento mágico, te sientas delante del ordenador y te preparas para darle forma y escribes algo que no se parece en una mierda en lo que habías pensado.
Escribirás sobre eso que pensaste, o tal vez no. Tal vez escribas sobre tres o cuatro ideas, y la más floja sea aquella sobre la que tanto reflexionaste. Tal vez creaste un diálogo perfecto, y luego escribas una gran reflexión. Da igual cuánto tiempo gastes, en el momento de la verdad crearás algo totalmente distinto. Y esos textos, esos que salen de la parte más escondida del alma. Tan escondida que ni siquiera sabemos que existen. Esos textos que parece que no nos pertenecen, o que tal vez siempre fueron nuestros, esos textos son los mejores. Porque no importa cuánto tiempo gastes, no puedes engañar a tu mente, ni siquiera tú.

Mi mente es así, yo le doy órdenes y ella me manda a la mierda. Supongo que por eso me gusta tanto.

2 comentarios:

Mist Wolke dijo...

Es a eso a lo que nos enfrentamos los escritores el dar forma a una idea y ver cómo se deshace hasta dar lugar a algo totalmente distinto.
Luego está el terror de la página en blanco, el llevar pensando mucho tiempo algo y no ser capaz de plasmarlo.

Anónimo dijo...

Eres un gay hasta para insultar.