Teñida de rojo.

Mirando hacia atrás, probablemente no debí haberlo hecho. Sin duda alguna, fue una muy mala idea. ¿Pero qué otra opción quedaba? ¿Qué podía hacer sino? ¿Quedarme allí, sentado y sin moverme, como un cobarde observando la guerra? No, hice lo que en aquel momento tenía que hacer.
Eran las tres de la madrugada y como la noche anterior y la noche anterior a esa, estaba sentado en el sofá, observando el televisor apagado, acompañado por la peste de un cigarrillo a medias desde hace demasiado tiempo y un whisky que se pasaba de copas. Un grito, un golpe, ¿qué fue lo que me devolvió al mundo? No lo recuerdo bien, simplemente corrí a la ventana intentando no tropezarme con mis pies. Estaba oscuro, pero pude distinguir una siluetas. Una figura, en el suelo, y algo amenazante dirigiéndose hacia ella. No lo veía claro, tenía dudas, pero estaba bastante seguro que un hombre estaba pegando a una mujer delante de mi casa, protegido por la noche y las sombras. ¿Qué más podía hacer? Me acabé el whisky entre mareo y mareo y corrí a la calle entre calada y calada.

Me abalancé hacia él dirigiendo su atención hacia mí con un grito, y le tumbé en el suelo de un puñetazo. Dolió, tal vez me dolió más a mí que a él. Pero intenté ser rápido, le di una fuerte patada en el estómago de la cual tardaría unos valiosos segundos en recuperarse, segundo que usé para ponerla a salvo. Mirando hacia atrás, esa fue una segunda mala idea. Llevármela, ¿por qué? Pero no pude pensar, no podía razonar. No sé si era la rabia, el miedo, o el alcohol. Le agarré el brazo a la chica y le grité que me siguiera. Ella, asustada, me siguió y siguiendo mi camino de malas decisiones, subí a casa. Subimos a casa. No podría haberlo hecho peor.

Prácticamente la arrastré a través del a puerta que cerré con fuerza para luego tirarme al sofá y respirar de nuevo. Había tumbado a ese hombre, había corrido hacia él, borracho y algo deprimido, para tumbarle de dos golpes y salvar a una dama en apuros. Me sentía más vivo de lo que me había sentido nunca, me sentía Superman. No, me sentía como un dios. Pero daba igual, un golpe me devolvió, de nuevo, al mundo.

—¿Qué coño has hecho? —me gritó la mujer después de darme semejante torta.

¿Pero qué cojones?

—¿Qué? —nunca había estado tan confundido en mi vida. ¿Qué demonios estaba pasando? Debería darme las gracias, debería suplicármelas incluso.
—¿Por qué le has hecho eso a mi novio?
—¿Disculpa? Ese cabrón te estaba pe
—Ese no es tu problema, capullo, no es asunto tuyo. Le he hecho mucho daño y sólo estaba haciendo lo que merecía. Y tú, y tú... —De repente la chica se puso a llorar, su cara de compungida pasó a una cara de rabia, y después de darme una patada en la entrepierna, me escupió en el ojo, me cogió una cerveza de la nevera, unos cuantos euros que tenía por allí tirados y sin darme las gracias pero despidiéndose como una dama, se fue— Que te den, hijo de puta.

Me dolía todo. La cabeza, por el whisky; la mano, por el puñetazo; y joder, me dolían mucho los huevos. Cogí un bol y lo llené de hielo, me llevé la bolsa de hielo al sofá y me tumbé en él. La bolsa en los huevos, la mano en el bol y los ojos cerrados. Ya no me sentía un héroe, sólo un estúpido. Ese cabrón la tenía enganchada, como un cocainómano a la reina blanca, y ella no lo veía. Le da de hostias, y me roba y me deshueva por salvarla.Tal como lo veía, tenía dos opciones: Podía meterme en el tinglado, matarlo o denunciarlo a la policía, lo cual me traería muchos problemas. O podía simplemente ignorarlo y seguir con mi vida. Decidí ser un poco cobarde.
Con la mano no dolorida me acerqué la botella a los labios, un dulce beso, y lo adorné con un cigarrillo. Y por supuesto, antes de dormirme, un pensamiento corrió por mi cabeza:

¿Y si llega un día en que veo a un hombre dando una soberana paliza a una mujer de nuevo, debería hacer algo? La respuesta me llegó más rápido de lo que tardó Morfeo: Aunque me quede sin mano, sí.

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