Entré al bar y me dirigí directamente a la barra. Señalé la botella de whisky al camarero. No me reconoció.

La última vez que entré fue hace ya ocho años. Llevaba siempre el pelo largo y descuidado, una barba de tres días y una camisa sucia. Ahora iba rapado, de la coronilla a la barbilla, y llevaba un traje negro con camisa blanca y sin corbata. Pesaría veinte kilos más y, aunque hubiera pasado tiempo, parecía más joven. Me acerqué el vaso a la boca y el cristal chocó con mi anillo de oro, me lo acabé de un trago y chasqueé los dedos para llamar a Burt.

Burt, el camarero, fue como mi padrino y mentor. Me enseñó todo lo que un hombre como yo debe saber, y era la principal razón de que siguiera con vida."Gracias", le dije cuando me trajo el vaso. No reconoció mi voz.
El pueblo lo había sido todo para mí. Nací allí, al igual que mis padres y sus padres antes que ellos. Crecí allí y en el pueblo aprendí a andar, leer, nadar, amar y matar. Esas fueron las principales razones que me llevaron a dejarlo todo ocho años atrás. Un corazón roto y una bala en un corazón equivocado. 

Una vibración en mi pecho interrumpió mis pensamientos, acabé el vaso y saqué el móvil mientras chasqueaba mis dedos de nuevo. 

- ¿Jay?

Su voz no había cambiado, dulce y revitalizadora como siempre. Era mi voz favorita en todo el mundo y hacía más de ocho años que no la oía.

- Dicen que has vuelto al pueblo, ¿es verdad? - Su voz, preciosa, temblaba al hablar. Podía notar sus lágrimas en mi mejilla a través del teléfono. - Jay... ayúdame.

Me dije a mi mismo miles de veces que debía alejarme de ella, que era peligrosa. Una femme fatale de manual. Bella, dulce y manipuladora. Un veneno y una droga a la vez de la que nunca pude desengancharme. Nunca entendí qué es lo que buscaba, qué es lo que quería.
No podía negarle nada.

- ¿Dónde estás? - Mi voz sonó firme.

El Hotel Raymond era el único hotel de la ciudad. Un edificio alto y viejo, con un señor casi tan viejo como él al mando. Raymond me recibió al entrar y me saludó con un cordial apretón de manos. Él sí me reconoció, pero no pareció sorprenderle o intimidarle mi regreso. Teniendo en cuenta que años atrás mi cara colgaba por todas las paredes y decían cosas horribles de mí, él debería estar más nervioso. Ella nunca dudó de mí ni dijo nada malo. Entré al ascensor y me miré al espejo. Me aseguré que no me había dejado nada y revisé todos mis bolsillos. Esperaba no tener que usarla, pero mataría a cualquiera que pusiera un dedo sobre ella. Un pitido me devolvió a la realidad y salí en la planta quinta, giré a la izquierda y me encaminé a la puerta que estaba justo enfrente de mí. Habitación 504. Llamé con los nudillos.

Ella me abrió la puerta. Llevaba un camisón mal ajustado y unas gafas de sol. Un cigarrillo descansaba entre sus dedos y sonreía con tristeza. No quise pedirle que se quitara las gafas, me daba miedo lo que había debajo. Me envolvió en sus brazos y me invitó a entrar. "¿Whisky?", preguntó. No negué su oferta y me senté en la cama. Me trajo un vaso, lleno hasta arriba y con dos cubitos de hielo. Se sentó a mi lado y me ofreció un cigarrillo.

- No fumo.

Cogió aire, con fuerza, y su pecho se hinchó. Era la criatura más bonita del planeta, estaba dispuesto a matar reyes, destruir edificios y romper reglas de la naturaleza por su simple petición. Cada vez que hablaba se me erizaba la piel, si me rozaba la mano se me paraba el corazón. Tiró la última colilla y dejó el cenicero en la mesa. Se sirvió un vaso y lo acabó de un trago. "Necesito fuerzas." dijo. Volvió a sentarse a mi lado, me puso la mano en la pierna y me besó en la boca. Cuando su lengua tocó la mía, me creí inmortal. 
Se levantó, desnuda, y fue a la ducha a lavarse. Yo me quedé en la cama, no quería perder su olor. Volvió media hora más tarde con una toalla en la cabeza y una bata violeta. Cogió otro cigarrillo y se llenó un vaso. Me ofreció uno y lo acepté. Desde que llegué en ningún momento le pedí explicaciones, no quería asustarla. No quería perderla. 

La conocí hace doce años, en una fiesta. Ella era la más bonita del lugar y yo era un pordiosero. Pero ella vio algo en mí. Nos acostamos esa misma noche y gimió de la misma forma en que lo hizo hace media hora. Nos vimos desde entonces cada día, quedábamos para cenar, comer o dar paseos. Nos juntábamos para leer o simplemente vernos. Yo tardé segundos en enamorarme. Ella, no estoy tan seguro de lo que llegó a sentir. 
Justo tres años después, cuando yo ya la tenía enganchada a mí como una jeringuilla al brazo, apareció en la puerta de mi casa. Era una noche que llovía, y llegó mojada y manchada de sangre en el labio. Le pregunté un nombre, la dejé en casa y salí. Volví dos horas después y le susurré al oído que ya no tenía nada de lo que preocuparse. Durante los 365 días siguientes viví la misma situación una y otra vez. En el hotel, el bar, mi casa o la suya. Me la encontraba herida y asustada y yo sólo le pedía un nombre. No me costaba matar, nunca me había costado. Lo hice por primera vez con 17 años en la guerra, y por última vez hace ocho años cuando ella se abalanzó sobre la ventanilla de mi coche y llorando, me dijo: "Mi padre me ha violado, mátale."

Yo había crecido con tres padres. Burt, el camarero, me enseñó a disparar, no tener miedo y lo que significar proteger a quien te importa, y sobretodo a sobrevivir. Mi padre me enseñó a beber, amar y lo necesario que es ser culto. Louis, su padre, me enseñó qué significa que alguien pueda perdonarte, que las buenas personas existen y que no hay que juzgar a los demás. Siempre quise ser fuerte como Burt, listo como mi padre y bueno como Louis. El 18 de Enero de 1994 puse mi pistola en la frente de Louis y apreté el gatillo. Cuando fui a buscarla, para decirle que no se preocupara de nada y en busca de su amor, sólo encontré una nota. No había explicaciones, ni indicaciones para encontrarnos. Sólo un adiós. Nunca me dijo por qué me abandonó, para qué le servía yo y ni siquiera cómo debía tomarme que se encontrara con tantos hombres a mis espaldas. Ella era una mujer libre y yo siempre la respeté. Maté por ella, incluso a gente a quien yo quería. A cambio sólo recibí un adiós y cero explicaciones.

- ¿Quién ha sido? - Pregunté, al fin.
- Me casé hace dos años, - intenté que no se notara cuánto me dolieron esas cinco palabras - con un buen hombre. Dirige un negocio fructífero y me da todo lo que pido. Me trata con amor y me protege del mundo. Hace dos semanas descubrí que trafica con drogas y armas, le dije que no se preocupara, que podía confiar en mí. Ayer descubrí que también trafica con mujeres. Dudé en segundo en asegurarle que podía fiarse de mí,  y a cambio recibí...
- ¿Te duele?
- Mucho, todo el cuerpo.
- ¿Dónde está?
- Hay unas oficinas, al norte. El edificio es nuevo y tiene un letrero verde enorme. Está en la planta de arriba.

Me levanté de la cama y me puse la americana. Fui a la puerta y me giré para mirarla otra vez. 

- Lo sé, - dijo ella - volverás en dos horas. 

Conduje durante veinte minutos por una carretera tranquila y lo vi, un edificio nuevo con un letrero verde enorme. Aparqué al lado de la puerta.

Saqué la pistola y coloqué el silenciador. Llamé a la puerta dos veces y esperé. Cuando vi una sombra al pie de la puerta, coloqué la pistola sobre ésta y apreté al gatillo. Quedó un agujero limpio y se escuchó un golpe al otro lado. Como de alguien que cae al suelo. 

La puerta cedió con mi patada. Entré y vi a las escaleras a mi derecha y un ascensor justo en frente. Elegí las escaleras. Empecé a subir deprisa y cuando llegué a la tercera planta vi aparecer una mano en la esquina del pasillo. Sin titubear, apunté y disparé. Alguien cayó al suelo y yo seguí subiendo. Al subir el último escalón me encontré con dos butacas y una puerta. Abrí la puerta y me preparé. 

El otro lado había un hombre, rubio y que medía más de dos metros. Detrás de él, dos puertas más. 
Le apunté a la cabeza y disparé. Se agachó deprisa, increíblemente deprisa dado su tamaño. Cargó contra mí y me empujó contra la puerta a mis espaldas. La atravesé con gran dolor y caí sobre una butaca. Me golpeé un hombro en la barandilla. Esquivé justo a tiempo su puñetazo y le di una patada en la pierna. El gigante se puso sobre la rodilla, y sin perder el tiempo saqué una pequeña pistola del bolsillo y le disparé. Ya no sería problema.

Me guardé de nuevo el arma pequeña y recogí la que llevaba silenciador del suelo. Una puerta llevaba a la oficina del Directo ejecutivo, la otra a la sala de juntas. Elegí la oficina. 

Detrás de un escritorio había un hombre. Tendría más o menos mi edad, llevaba una camisa azul con las mangas subidas, una corbata morada y la americana gris descansaba sobre la mesa. Me apuntaba al estómago con un revólver. Disparó, noté un dolor atroz y caí sobre mis rodillas.

- Has sido demasiado escandaloso, - dijo, con una voz bonita - y lento. 

Sonreí y levanté la pistola. Me dio una fuerte patada en la cara y el arma se me cayó. Me quitó mi otra pistola y de una patada en el pecho me tumbó. 

- Me ha dicho que vendrías.

Intenté no creerle, pero no vi mentiras en sus ojos. Quise morirme una y otra vez en ese momento. Lo que sentí en el corazón dolía mil veces más que la herida en mi tripa.

- Nunca le he pegado. Nunca le he levantado la mano, ni la voz. Le he dado lo que ha querido desde el primer día que la conocí. Y ella me confesó su pequeño secreto. - ¿Qué secreto? - Es rica, infinitamente más rica que yo. Tenía pensado matarme con veneno al año de casarnos, para heredarlo todo. Es lo que hace, cautiva a los hombres y consigue sus secretos, algunos la ponen en su testamento, otros le hacen donaciones, otros le dicen dónde esconden el dinero. Ella sólo tiene que robarles y desaparecer. O matarles. Podría hacerlo ella, dice siempre, pero prefiere no ensuciarse las manos. 
Entonces entraste tú.

No. No podía ser verdad. ¿Había sido sólo otro instrumento de una persona ambiciosa y mala? Ella siempre había sido dulce, buena y encantadora conmigo. ¿O era sólo mi imaginación?

- Me confesó que estuvo algún tiempo enamorado de ti, tan duro y tierno a la vez. Pero que ella debía avanzar y no podía atarse a nadie. Tiene a muchas personas siguiéndola, tiene que moverse siempre sin parar. Sabía que no podía contarte su secreto, que no la entenderías... Te mintió. Hizo que mataras a su padre, consiguió una fortuna y te abandonó para - levantó los brazos e hizo el gesto de comillas con los dedos - no hacerte daño. - Dolió, dolió infinitos. - Pero tenías que volver... tenías que volverte un buen ciudadano y volver al único sitio donde sabes que ella volvería de vez en cuando. ¿Por qué no la dejaste en paz, agente?

No entendí cómo lo sabía, pero lo sabía. Me hice policía hace cinco años, y fui el primero de mi graduación. Ascendí rápidamente y tras revisar mi historial, mis superiores dijeron que sería perfecto para infiltrarme entre matones, traficantes y gángsteres. Nadie sospechaba, yo daba el pego. Nadie dudó, nunca vi una mano sosteniendo un arma en mi cabeza y una voz preguntándome quién era en realidad. ¿Cómo pudo saberlo él?

- Se ha acabado. Voy a matarte, aquí y ahora. Y serás la última persona que existe, a parte de mí mismo, que sepa algo sobre ella. No lo hago por ella, sino por los dos, por el poder y el dinero. No llores por ella, por ti o por su padre. Todo ha pasado como tenía que pasar. 

Cerré los ojos y esperé un milagro. Escuché un disparo, pero no noté sangre en mí. Una mano se posó sobre mi hombro, y un hombre con una placa sobre el cinturón me dijo que me relajara. Me bajaron a una ambulancia, delante del edificio se llevaban a decenas de personas esposadas. El hombre que había estado a punto de matarme iba camino al hospital, y me dijeron que habían capturado al líder de uno de los mayores negocios ilegales del país. Se equivocaban. 

No les di oportunidad a discutir. Cuando acabaron de vendarme, salí de la ambulancia y cogí un coche patrulla. Conduje todo lo que rápido que pude y llegué al hotel. Esta vez, Raymond sí se asustó al verme. Estaba horrible. Subí a la quinta planta y abrí la puerta de la habitación 504.

Llevaba el camisón abierto, con los pechos al descubierto, y sujetaba una pequeña pistola en la mano. No me estaba apuntando. Las gafas estaban sobre la cama, y no tenía ninguna herida en el ojo. Estaba perfectamente. 

- ¿Es verdad? - Dije, sin sentir miedo.
- Sí.
- ¿Tu padre?
- Tenía que pasar.  
- ¿No había otra manera?
- Cariño, lo único que no tiene arreglo es la muerte. Y yo necesito que de ninguna manera se pueda arreglar lo que hago.
- Me hiciste matar a tu padre, que era inocente. 
- Nunca me pediste explicaciones.
- Confiaba en ti.
- Nunca debiste hacerlo.
- Te amaba.
- Y yo.
- Te amo.

Vi como una lágrima caía por su mejilla, tenía la nariz roja y apuntó el cañón contra mi corazón.

- Voy a dejar el país, por fin estoy preparada. Todo está listo y ya he conseguido todo lo que me propuse. Una gran fortuna, he acabado con las amenazas que se cernían sobre mí, un puesto en más de diez juntas directivas de multinacionales de renombre. Para el mundo, soy una mujer ejemplar, una triunfadora que se ha hecho su lugar entre los hombre de éxito. Pero si tú vives, podrías entregarme.
- Sabes que soy incapaz. - Dije. Yo no podía llorar.
- Eres policía. - Sonó dolor y rabia en su voz. - Nunca me lo dijiste.
- Los dos tenemos secretos. - Dejé de sentir la herida y bajé el brazo de la tripa. 
- ¡No te muevas!
- Relájate... sabes que nunca te haría daño. 
- ¡Por dios! - Se rascó la cabeza con el arma, estaba despeinada. Lloraba sin parar. - ¡Lucha! ¡Defiéndete! ¿No quieres vivir?
- Durante ocho años sólo he tenido una razón para vivir. - Dejó de moverme y me miró, le temblaban los labios. - Llevo ocho años esperando que un día regresaras, que me dijeras que estarías conmigo y tendríamos una vida fácil y sencilla. En cambio, me he encontrado con... esto. - Apunté a mi vendaje. y la miré a los ojos- La única mujer a la que he amado ha planeado mi asesinato y yo ya no tengo razones para vivir.

Ella sollozó y volvió a levantar su arma. 
- Quiero que me digas que quieres vivir.
- No podría mentirte.
- Entiéndeme... Entiende lo que hice. Tenía tanto que pagar, tanta gente a la que le debía dinero... Incluso en nombre de mi padre. - Sentí un fuego extraño en mi interior. - Favores, deudas, caprichos... Cuesta dinero. Y después gente que te persigue, tener que huir... Y al final empiezas a desear ser tú esa persona a la que deben favores y dinero. Ya no me queda nada más por conseguir. Salvo tu perdón.
- Te perdono. - Le dije.

Ella cogió aire, me apuntó entre lágrimas y dijo. 

- Si sólo hubiese amado a alguien que no fuese como tú, no habríamos llegado a esto.
- No me arrepiento de lo que hay entre nosotros, si sólo todo fuera mentira.

Dio un paso hacia mí y me colocó el cañón en la frente.

- Dime que no lo haga, quítame el arma. Puedes hacerlo. Suplica por tu vida. Di que soy lo peor. 

La miré a los ojos, y me sentí de nuevo enganchado a ella. Una persona normal la habría entregado hace años. Nunca habría matado por ella. Le habría dicho a la policía la verdad, que era una delincuente y la cabeza de una organización criminal. Una persona normal, no estaría enganchado de esa mujer como yo lo estaba, era mi única, primera y última droga.

- Eres lo mejor que me ha

¡Pum! Michaela cayó de rodillas, y un hilo de sangre resbaló por su frente. Oí a mis espaldas una persona jadeando, me di la vuelta y vi un policía sonriéndome, aún cogiendo aire después de haber llegado corriendo.

Yo conocía a ese chico. Cogí la pistola de Michaela y disparé al policía. Después me metí el cañón en la boca, y preguntándome cuál era mi puto problema, apreté el gatillo.


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