Más sabe el diablo por viejo que por diablo III: El segundo contrato

La librera me sonrió, y descruzó las piernas de forma insinuante. Me miró a los ojos, sin parpadear y me pregunto "¿Quiere algo más, Señor?". No, le contesté. Pero muchas gracias. Me fui de la librería y pensé en ella. No en la librera. En ella. La enfermera. El ángel. La chica. Cuando me desperté en el hospital, enmudecí al verla, y cinco minutos después un doctor que me era muy familiar llegó y firmó mi alta. Me fui a mi casa, me senté delante de mi viejo y manchado escritorio y me dispuse a escribir. Magia, diría yo que sucedió esa noche. Escribí nada más que sesenta folios esa noche y no borré ni una sola letra. Todo era perfecto, desde los personajes hasta la historia. Pasando por la escritura y los momentos para recordar. De alguna forma, ese día mi cabeza decidió empezar a trabajar. Ya han pasado cuatro meses.
Dicen que soy el escritor en conseguir el éxito de forma más rápida. Cuatro meses, dos novelas. Las chicas me piden autógrafos, los niños me piden fotos y los jóvenes escritores me piden consejos. Parece que me he convertido en alguien, pero me da igual. Me gusta escribir, es lo único que hago. Ah, y bebo café. Y fumo. Mi escritorio, el viejo y manchado, me acompaña siempre en mis historias. Mis manos siguen sucias, de esa tinta azul. Y se me ha enganchado una canción, no paro de silbarla. Ha resultado no ser un mentiroso, ni un estafador. Muchos críticos y periódicos lo han dicho, "Ha escrito lo que nunca se ha leído". Soy un escritor, bebedor de café y fumador compulsivo. Un hombre con unos ingresos que superan por mucho a sus gastos, y con una vida que haría feliz a cualquiera. Pero una vez más, la he perdido.
No la veo desde el hospital, sí, cuatro meses ya. No he salido a buscarla más, ahora siempre estoy inspirado. Es increíble, me olvidaba que también vivo a base de pastillas para el dolor de cabeza. Claro, no para de trabajar. Y cada día, al levantarme y al acostarme, pienso en ella. No hay un personaje, ni una historia, ni una frase, que no haya escrito para ella. Y ese mamón, sigue sin aparecer.
- ¿Tanto me has echado de menos?
Me sobresalté, tengo que admitirlo. Me giré y lo vi ahí, de nuevo. Sentado en MI cama, con las piernas estiradas y la izquierda sobre la derecha. Llevaba una camisa roja y unos pantalones muy bien planchados. Hacía girar la corbata, de nuevo, sin americana. "Hace calor". Dijo. Ya, deja de entrar en mi cabeza. Me miró a los ojos, y un poco más adentro.
- ¿Qué te parece tu nueva vida?
- Podría decirse que el sueño de mi vida se ha cumplido. - Le dije, mientras encendía un cigarrillo y hacía rodar mi silla hasta él. Me quedé enfrente de mi amigo, mirándole a los ojos. Y más adentro. Aún me estremece lo que vi.
- ¿Y a ella no la echas de menos? - Sonrió, con esa sonrisa que tanto odio y amo a la vez.
- ¿Quién es? ¿Por qué no puedo verla?
- Oh, chaval... ¿de verdad eres incapaz de escoger? - Se metió la mano en el bolsillo de la americana, ¿de dónde la ha sacado?, y se preparó un cigarrillo. - ¿Quieres uno? - "Ya estoy servido". Contesté. - Este es distinto.
Acepté el cigarrillo y apagué el mío en el suelo. Lo siento, pero no tengo palabras pues no existen para describir ese aroma.
- Bien, - se acercó más a mi cara y me besó en la mejilla. Borró su sonrisa, y sacó otro pergamino. Y una pluma, magnífica. - tienes que elegir. ¿Quieres seguir con esta vida de inspiración infinita y gran éxito, o quieres verla a ella y no perderla jamás?
Cogí el pergamino, leí el contrato, todo estaba claro. Había dos opciones:
"Con la presente, acepto que no haya ningún cambio en mi vida presente y mi cerebro actúe como algo sobrenatural. Sin ningún tipo de daño físico y emocional, las ideas literarias no pararán de asaltarme y mi vida será plena. Éxito, mujeres y dinero."
"Con la presente, acepto perder esta inspiración sobrehumana y este éxito y vida que no merezco. A cambio, la chica de mi sueño-pesadilla aparecerá en mi vida para no desaparecer jamás. Viviremos juntos, felices, y amaré como nunca nadie ha amado. Para siempre."
Tenía que marcar una de las dos y luego firmar. Miré la pluma. "¿Puedo quedármela?" pregunté, me indicó que sí con una sonrisa. Antes de decidirme, se lo tuve que preguntar.
- ¿Quién eres? - Dije, mientras estiraba mis piernas y colocaba la izquierda sobre la derecha. - ¿Qué quieres?
- ¿Quién soy? - Dijo, mientras se observaba la mano, manchada de tinta azul. - ¿Qué quiero? Soy lo que todos temen y a la vez lo que todos necesitan. Soy la oportunidad. Soy la lujuria, la avaricia, la soberbia, la gula, la pereza, la ira y la envidia. Soy todo lo que este mundo rechazó en su momento, y lo que más ama en estos tiempos. Yo soy, lo que más amas. ¿Qué quiero? Ayudarte, darte una oportunidad. 
Cogí el papel y firmé, pero no marqué ninguna respuesta. Él me miró y sonrió como nunca lo había hecho. Cerró los ojos y susurró "Hazlo". Le clavé su magnífica pluma en el corazón y se lo arranqué. Esa misma noche lo cociné, a la plancha, y me lo comí.
- Yo soy, - Susurré, a mi reflejo en la copa de vino. - la muerte. La pérdida y el encuentro. Yo soy de lo que todos huyen. Yo soy el hombre que le arrancó el corazón al diablo, y decidió no decidir.

En un piso del centro, en la séptima planta y enfrente de un lienzo en blanco, una joven de cabellos dorados y ojos claros tarareaba una canción. En el cuadro, se veía un hombre. El hombre sonreía, llevaba una camisa negra y sujetaba su corbata. No llevaba americana. De repente, la corbata empezó a girar.
Yo conocía esa canción.

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