Luís no era un hombre corriente

Su estatura, digamos que 1’80 era bastante aceptable. No era para nada bajo, pero nadie le repetía diariamente esa frase tan molesta: ¡Que alto eres! Por otro lado no estaba gordo, ni hinchado, ni era de hueso ancho. Estaba musculoso, pero por suerte para él no era un armario. Personalmente, si fuera así perdería mucho encanto. Su piel era oscura, pero nada exagerado. Dientes blancos, ojos verdes y pelo castaño. Unas facciones bastante alargadas, pero no demasiado. ¿Qué os hable de su forma de vestir? Trajes. Típico traje blanco y negro, trajes negros, trajes blancos, sin corbata, americanas marrones, con corbatas chillonas. En su armario sólo había infinidad de combinaciones para trajearse, y nunca lo combinaba mal. Tenía una extraña manía con sus zapatos; en el bolsillo interior de la americana siempre llevaba un pañuelo ligeramente húmedo, y con él siempre limpiaba los zapatos. Zapatos negros, marrones o blancos; no aceptaba otros colores, y sobre todo no aceptaba manchas o ausencia de brillo.
Edad física: 48 años, 3 meses y 21 días. Edad aparental: alrededor de 37 años. Se conservaba muy bien, había que admitirlo. Era todo un artista en la seducción, sabía qué decir y cómo decirlo en el momento preciso. Sabía cuando apostar por el rol de gracioso y cuando relucir su lado filosófico. Era un caballero, de los antiguos, pero en la era moderna. Le encantaba hablar de economía, de cómo iba el país y las grandes empresas; desde pequeño le gustaba hacer cálculos con billetes y pensar como duplicarlos o triplicarlos, era el mejor inversor. Sabía dónde debía apostar para conseguir más dinero, sin jugársela nunca. Y siempre ganaba. Por eso, su empresa, nunca perdía dinero. Y él era el reflejo de ese éxito, la riqueza personificada. Siempre pensó que el dinero se debe ahorrar en las empresas y gastar en la vida personal. Llevaba eso al pie de la letra, compraba coches y casas que nunca tocaba. Tenía muchos instrumentos en casa, pero no sabía hacer sonar ninguno. Le encantaba tener clase, y sabía cómo hacerlo.
Su casa era enorme, un chalet, una mansión, no sabría cómo llamarla. Él la llama: Luisme, mezclando su nombre con la palabra inglesa “Home”. A mucha gente no le gustaba, pero a él sí. Tenía infinidad de habitaciones y baños, básicamente por si repetía con alguna mujer que no se aburriese de volver a ver el mismo techo. Una cocina enorme, un comedor gigantesco con un televisor espectacular. Sólo tenía un mayordomo, Alfred, inglés como no. Un mayordomo no es un mayordomo si no es inglés. Alfred tendría unos 60 años, vestía siempre un impecable esmoquin y era omnipresente. Adoraba por otra parte conservar su jardín, que estaba cuidado por Alfred claro. Su jardín era básicamente césped y árboles, pero estaban distribuidos de una forma que le daban belleza. Y en la parte delantera de la casa, sus coches. Tenía muchos, pero él siempre conducía el mismo: Su Mustang.
Ahora ya conocéis a Luís, seguidle hoy a uno de esos lugares donde pasaba gran parte del tiempo: La bolsa. Se pasaba horas en la bolsa viendo que empresas se enriquecían. Luego, al detectarlas, las compraba. Iba apostando por más y más mercados. Cuando compraba una empresa, lo primero que hacía era despedir al director y colocar a alguien de su confianza. Luego, sólo era esperar al dinero. Dinero, bendito sea el dinero. También pasaba gran parte del día en el casino. ¿Razones? Dinero, forma divertida de aumentarlo. Y mujeres, ricas mayoritariamente. Esa vez, cuando pudo conseguir 320.000 €, visualizó una bella presa. Era bastante alta, con unas fuertes piernas y una larga cabellera dorada. Unos ojos enormes y azules y un vestido rojo que marcaban bien sus curvas. Se acercó a ella y empezó a jugar, tiró los dados.
Un 4.
- Buenas tardes señorita, ¿qué quiere tomar?
- ¿Eres el camarero? Porque no lo pareces. Si no eres el camarero, piérdete.
Dura y fría. Un reto. Luís adoraba los retos. Pero este sería distinto, tardaría nada más y nada menos que 8 meses en poder besar a esa mujer. Normalmente tardaba unos 8 minutos en besarla, luego una hora en desnudarla y el resto ya dependía de la persona. Pero con ella tardaría mucho tiempo. Porque lo peor que puede pasarle a un hombre rico, con talento para el dinero, con talento para las mujeres y altamente avaricioso; es enamorarse de alguien más inteligente que él. Luís descubriría que él no era el jugador, era la ficha.

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