Los colores del corazón

Salí de la peluquería y me pasé la mano por el pelo. Hacía calor y algo de viento. Saqué el móvil, activé la cámara y me miré. Me sentí bien, me veía guapa. Perfecto.

Crucé la calle y entré al bar, fui hasta al fondo y me senté delante de él. Un chico joven con perilla, el camarero, se acercó:

- ¿Qué deseará la señorita?
- Una copa de cava.

El camarero se alejó y empezó remover botellas de cava hasta encontrar una de mi agrado. Era habitual en el bar.

- Podrías haberme avisado de que llegabas. - Me dijo desde el otro lado de la mesa. Llevaba las gafas de sol puestas y el bastón reposaba sobre la pared. No sonreía y pasaba el dedo índice sobre la superficie de su vaso de agua. Estaba guapísimo y odié al mundo por no permitirle saberlo.
- Supuse que lo sabrías. - Sonreí.
- Ya... - Al fin, me devolvió la sonrisa. Picarona. - Noté tu champú al llegar. Bueno, no es el habitual, es el de la peluquería.
- Entonces podría ser cualquiera... 
- Bueno, estaba bastante seguro que eras tú cuando le pediste el cava al camarero.

No pude reprimir una risa, y hasta el camarero se sorprendió al verme. Dejó una copa de cristal frente a mí y di un pequeño sorbo al cava.

- Bueno preciosa, ¿qué te han hecho?
- Cosas en el pelo.
- ¿Qué cosas? ¿Cómo está?
- Pues... he cortado las puntas y me he quitado ese flequillo recto, ahora lo llevo al lado. ¿Quieres verlo?

Sin darme una respuesta verbal, simplemente se inclinó hacia mí y me pasó la mano con suavidad por el pelo. Seguía el cabello hasta el final y luego lo dejaba caer como si fuese oro líquido. Aunque ya no era oro líquido.

- Me gusta como te queda, la raya al lado resaltará más tus mejillas.
- Que observador... - Pasé mi mano encima la mesa y la coloqué sobre la suya - Me he hecho algo más.
- ¿Hm? - Desperté su curiosidad.
- Me lo he teñido.

No pudo evitar sonreír, de forma prácticamente estridente. Sonrió mientras enseñaba los dientes, como un tiburón preparándose para dar un bocado. Empezaba nuestro juego favorito.

- ¿De qué color?
- Pues... me he puesto el color del fuego.
- Mmmh... caliente caliente. ¿Un fuego para protegerte o para quemarte?
- Oh, vaya pregunta... Creo que es... A ver. - Me quedé callada un rato, mirándome el pelo y pensando qué clase de fuego era. - Es mágico. Eso es. Es un fuego para hacer magia, porque brilla más que los normales. 
- Es decir, artificial.
- Exacto. - Me encantaba cómo entendía lo que quería decir, por mucho que complicara mis palabras. Me encantaba que me entendiese tan bien. 
- Háblame más, ¿lo conozco?
- Sí, alguna vez lo he comentado... - Mi color favorito, pensé. - A ver. Es pasional, es fuerte, es... vivo.
- ¿Ese no es el que tenías antes?
- No, es otro tipo de vida. El de antes era una vida preciosa y bonita, de esas que te hacen saltar una lágrima de alegría. Ahora es una vida movida, activa, divertida.
- ¿Peligrosa?
- Siempre. Peligrosamente sexy. - Pelirrojamente sexy, pensé.
- Vivo, caliente, peligroso, sexy... Creo que lo conozco. Enséñamelo.

Sonreí, como un tiburón. Llevé mi mano a su cara y la cogí con fuerza, como una abuela que recibe a su nieto después de muchos meses. Al separarla, mi mano había quedado marcada en su cara.

- Ahora lo tienes tú.
- Oh... interesante. - Levantó un poco la cabeza, como pensando. - ¿Algo más?

Le di un guantazo.
- ¡Ese es el de siempre! ¡Tu favorito!
- ¡No lo es! Es parecido... pero no igual. Ya sabes, otro tipo de fuego. ¿No has notado que el golpe ha sido más fuerte?
- ¿Sinceramente? - "Uhum", contesté. - No. Venga, un poco más.

Abrí el bolso, rebusqué en el fondo y saqué un pintalabios. Me lo apliqué rápido y lo guardé de nuevo.

- Sí, ahora sabrás cuál es. Además, te lo dejaré puesto.

Vi como sus gafas se levantaban, había subido las cejas en señal de sorpresa.

- ¿Cómo?

Alargué el brazo y coloqué mi mano en su nuca, lo llevé hacia mí y con todas las fuerzas que tengo en mi cuerpo y mi corazón, le besé. Le besé como si fuese el último que pudiera darle, como si estuviese pasándole mi alma, como si doliese si me separase de él.  Y al separarme, pude ver que sin verme, me miraba. Estupefacto.

- Es... Vaya. - Se le escapó una pequeña risa, se pasó la mano por el pelo. Siempre hacía eso cuanto estaba nervioso. - Creo que sé cuál es. 
- ¡Claro que lo sabes! - Me eché sobre mi silla y reí suavemente. - Es mi favorito.
- No, es diferente. Tu favorito quema más, y puede doler o curar. Es vida y muerte. Es... único. Este es distinto. Es más pasional aún, más brillante, más fuerte. ¿Sabes cual es? - Alargó su mano pidiéndome la mía, se la dí y la acercó a su boca para besármela. - Es el color más bonito del mundo.






- ¿Y ese beso a qué ha venido?
- Nada, me ha apetecido. Ya sabes, al verte.
- Pues nos hemos visto varias veces antes... - 
Paró su bastón, pasó su mano por mi cintura y me acercó, entera, a él. Y me besó, como si le fuese la vida. - Ya tardabas.

- El más bonito del mundo. - Susurré.

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