Más sabe el diablo por viejo que por diablo IV: El mayor truco del diablo fue convencer a todos de que no existía

Todo va bien. El café es negro, la música suena fuerte y ella está conmigo.
Han pasado ya años desde que me comí el corazón del Diablo, cosa que no debería decir con tal naturalidad. Fue duro las primeras semanas, al fin y al cabo, uno no se come el órgano más importante del Príncipe de la tinieblas sin sufrir una ligera indigestión. Por como he dicho, sólo fueron unas semanas. Me repuse, continué escribiendo, - y llevando vida de escritor: con manos manchadas de tinta, café en vena y cenicero a rebosar - y finalmente la encontré. Fue algo natural, la buena vida siguió su propio ciclo y estaba escrito que antes o después podría por fin decirle:
- ¡Hola!- Le grité, hace tres años, al verla pasear por el parque acompañada por su música. Lógicamente, no me escuchó. Me acerqué más y le puse una mano en el hombro. Se giró, sobresaltada. - Ehm... ¿Me recuerdas? - Gran frase para iniciar conversación con la chica que el Diablo usó para jugar conmigo.
- ¡Sí, claro! - Dijo ella. - Eres el del hospital... - Luego, se dio cuenta que era extraño que recordase a un simple paciente años más tarde. Y yo, también me percaté.
- Me recuerdas. - Dije, con sonrisa de bobalicón y voz de babuino. - ¿Qué escuchas? - Gran escritor, pésimo cortejador.
- Pues... algo de música, para alejarme del mundo. 
- ¿Te gustaría tomar un café?
Y la conversación continuó fluyendo, como si siempre hubiese estado escrita ahí. No fue un momento digno de película o mención, el día en que no conocimos, pero yo - y espero que ella tampoco - soy incapaz de olvidarlo. El primer café que tomamos juntos me indujo a mi estado de escritor, y juro que nunca he sido más locuaz u original. Incluso algo intimidante, ella siempre dice que le gustó mucho esa faceta mía. Nos fuimos conociendo, y entre café y café nos convertimos en uno solo. Y el resto, me lo guardo para mí.
Escribí una novela, "El diablo y yo". Todos pensaran que es ficción, incluso ella, pero no lo es. Esos horrible días de encontronazos, soledad, mala salud y sueños rotos se materializaron en un best-seller, mucho dinero y un esposo feliz para ella. 
Ya sabéis, si algún día todo os va mal y os encontráis con la oportunidad, comeos el corazón del diablo. A mí me funcionó.
Esto, amigo mío, podría haber sido un final feliz. Podría, pero no lo fue. Siento un dolor en el pecho, y en la sien. De repente todo mi alrededor empieza a derretirse, literalmente. La puerta, las paredes, el escritorio, incluso la silla donde ahora mismo estoy sentado mientras escribo (pienso) todo esto... convertido en... ¿tinta?
- ¡Siempre fuiste mi personaje predilecto! Ese artista atormentado que no duda en venderse por cumplir sus sueños. Ese pobre dramaturgo, entregado a una vida que no le corresponde. ¿De verdad creías, querido, que comerme mi corazón iba a ser suficiente?
Me doy la vuelta, y él me mira a los ojos. Y más adentro. "¿Por qué?" Le pregunto. "¿Por qué no podías marcharte y ya está? ¿Por qué has vuelto?"
- Porqué eres mi favorito.
- Basta, esto se está convirtiendo en una carrera sin fin.
- Y no puedes ganar. Vamos, - se acerca, con movimientos burlescos. - Un último juego.
- ¿Y pararás? - Recapacito, pienso. - Espera, ¿dónde está ella? ¿¡No me la puedes volver a arrebatar!? - Grito, cabreado, no dispuesto ya a que esto continúe.
- Pero... ¡si nunca fue tuya! - Empieza a pasear por la habitación, mientras gotas de tinta le caen encima sin mancharle. Yo, en cambio, sí me mancho. - Sabías que el truquito del corazón no serviría, ¿verdad? - Lo sabía, y se lo dije. - ¿Por qué lo hiciste entonces? - Se lo expliqué. - Porqué estabas cabreado... vaya razón. Pues verás, fue un truco barato. Soy el Diablo, se necesita mucho más que comerse mi corazón para que desaparezca. Un buen truco. ¿Sabes cuál fue siempre mi mejor truco?
No pude responder, me encontré de repente en mi habitación y nada goteaba. Estaba todo en su sitio y en su estado correspondiente. Le busqué, por toda la casa, pero estaba solo. Me sentí aliviado, aunque supe que sólo seguía jugando conmigo. Volví a mi habitación y encontré una nota en mi escritorio. ¿Estaba eso ahí antes? Al lado, había una partitura. Bajé la partitura al comedor y la toqué en el piano. Yo conocía esa canción. Después, leí la nota, que decía:

"El mayor truco del diablo fue convencer a todos de que no existía. ¿Quieres saber que se siente?"
He aquí su mayor truco. Yo caminaba por el mundo sin ser visto, sin existir. Para nadie ni nada. Especialmente para ella.
Nunca existí y nunca lo haría.

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