Recuerdos musicales

Estaba sentada en una esquina, con la mirada perdida y el débil sonido de sus huesos al mover los dedos. Le gustaba mucho golpearlo todo suavemente con los dedos, le relajaba. Se echó atrás su pelo blanco y sonrió al horizonte, pensando que hoy sería un buen día. Impulsó atrás la rueda y su silla dio la vuelta. Seguía allí, cada día se despertaba y se dormía en ese oscuro y blanco edificio lleno de ancianos y jovencitas vestidas de blanco. No sabía porqué vivía allí, ni siquiera le gustaba el sitio, no la dejaban salir. Una de las jovencitas se acercó a ella y le preguntó si quería pasear por el jardín. ¿Cómo podía tener jardín un sitio así? Ella asintió y la jovencita empujó su silla al exterior. La brisa cálida de verano le acarició la cara y le dibujó una sonrisa. Las ruedas se deslizaban dulcemente por el césped y ella iba dejándose peinar por el viento. Su pelo bailaba sobre sus hombros y su vestido danzaba en sus tobillos. Pasaron por al lado de un anciano que le sonrió, ella le devolvió la sonrisa para ser cortés a ese desconocido. Luego pasearon al lado de una fuente donde había nombres escritos en una tabla de al lado. Algunos tenían trazos seguros y firmes, otros trazos flojos y temblorosos. Uno de los nombres le parecía familiar, no sabía de quien era pero intentó recordar. Era un nombre de mujer, estaba seguro que la conocía. La jovencita pasó un trapo húmedo por el nombre que ella estaba mirando y el escrito brilló, la jovencita le sonrió y le preguntó: ¿Recuerdas el día que escribiste allí tu nombre? Ella asintió, no recordaba ese día, pero ahora si recordó quién era esa mujer. Dejó caer una lágrima y empezó a entender algunas cosas. Recordó quién era y dónde estaba, recordó quién era esa jovencita y recordó porqué no le gustaba ese lugar. La enfermera le pasó otro pañuelo por los ojos, la besó en la frente y le dijo: ¿Quieres tocar el piano? Eso siempre te relaja. No recordaba saber tocar el piano, pero un golpe de esperanza le sonrió y dijo que sí.

Volvieron a pasear por el jardín hasta volver al edificio, entraron en el comedor y la enfermera la dejó de cara a un gran piano negro, brillante como el que más. Recibía la luz del sol por una ventana y se notaba que estaba muy cuidado. Vio una partitura encima del piano, la cogió y tuvo la sensación de que no quería tocar eso. Dejó la partitura y empezó a deslizar sus dedos por las teclas. Sin presionar ninguna siguió dando contacto a su piel con la madera, estaba muy relajada. No sabía porqué pero en su cabeza empezó a dibujarse una partitura, un orden. Presionó la primera tecla y dejó que sus dedos se moviesen. Era una sensación extraña. Siempre habría pensado que la música era mover tu cuerpo para que el instrumento dejara ir un sonido. Entendió que no era así, sino que tu cuerpo y el instrumento se unían en uno que te movían para crear una dulce melodía. No necesitaba partitura para dibujar esa obra, ella simplemente dejaba que la música se apoderara de ella y dio el orden y libertad a sus dedos para darle forma a esa canción. No sabía si habría tocado alguna vez esa obra, le resultaba familiar pero no puede ser que algo tan cálido y hermoso ocurriese cada día, seguro que era la primera vez que la tocaba. Siguió presionando teclas y cerró los ojos. No veía el piano pero sabía donde tenía que poner los dedos. Empezó a escuchar susurros y ruedas girando a su alrededor, los ancianos la miraban. Ella siguió haciendo cantar el bello piano y siguió observando sus arrugados dedos bailando sobre las teclas. Era hermoso, muy hermoso. No sabía en qué momento había aprendido a tocar el piano, no sabía si lo tocaba cada día o si no lo hacía nunca, no sabía cuanto llevaba ese piano esperándola, pero disfrutaba ese momento como el que más. Presionó otra tecla y dejó de tocar, tenía la sensación que la obra había acabado.

Que momento más extraño. Crear algo tan bello sin saber cómo. Ella sabía como hacerlo, observaba el piano y conocía perfectamente cómo funcionaba y cómo hacía sonar las teclas. Al coger la partitura había sabido leerla y había entonado la melodía en su mente. Ella lo entendía todo, pero no sabía porqué. La enfermera que la había dejado frente al piano se acercó de nuevo, le cogió la mano, la besó en la mejilla dejándole notar una lágrima cayendo y le susurró:

- La compusiste hace 10 años, cuando sólo era una cría y la has podido tocar. Cada día tocando a grandes artistas y justo hoy has decidido tocar mi obra, la que hiciste para mí. Mamá, ha sido el mejor regalo de cumpleaños que podías hacerme, como ya lo hiciste hace 10 años.

4 comentarios:

Naisha Sacher dijo...

Joer, ets un crack

Anna

Yaku_7 dijo...

Está genial :) Ten cuidado con los laísmos! :P

Lady Marla dijo...

Muy buena historia,muy realista,me ha encantado hasta he llorado! :)

Sonia Salvaje dijo...

Me ha gustado. Sobre todo el principio.