Preparándose

La noche anterior no pudo dormir bien. No desayunó, siempre le dijeron que era la comida más importante del día. A esas horas nunca tenía hambre. Y menos con sus problemas de sueño, lo que hacía que cenara de madrugara. No había comido ni cenado. Así que al levantarse a las 12 decidió engullir todo lo que su estómago había decidido suprimir. Azúcares, sal, grasa, más grasa, líquidos, café... Era una mezcla explosiva. Comió poco a poco, no quería morirse al salir a la calle. Pero por lo menos un inesperado rugido de estómago no produciría un indeseado minuto en silencio. Estaba despierto y alimentado. Se dirigió a la ducha.

Allí invirtió unos pocos minutos a asearse. Pasó la esponja por cada centímetro de su cuerpo y se limpió el cabello con todos los botes de su hermana, quería que estuviese liso, sedoso y oliese bien. Mientras el jabón caía por sus mejillas y se desplazaba lentamente por su pecho, empezó a imaginar el día que venía en su cabeza. Llevaba meses trabajándola, trabajándolo, intentando caerle bien. Era siempre puntual, la invitaba a tomar algo. Era simpático, la hacía reír. Compartían algunos gustos parecidos, y otros tan contradecidos que permitía que ambos alimentasen sus jóvenes mentes. Pero ahora tenía que darlo todo. No sabía si ser simpático, gracioso, inteligente, detallista y buen amigo era suficiente; seguro que no, pero tenía que intentarlo. Dejó caer las últimas gotas de agua por su cara. Con los ojos cerrados dejó que ese líquido tan fresco paseara por su cara hasta llegar al cuello y desplazarse sensualmente hacia sus piernas. Sonrió, sin abrir la boca. Cerró el grifo y empezó a secarse.

Recapitulemos. Habían pasado dos meses desde que la conoció. Se llevaban muy bien y ahora quería declararse. Le había dicho de cenar fuera, en un restaurante italiano, no podía ser más romántico. En ese restaurante siempre se respiraba un ambiente tranquilo, con unas velas aromáticas adornando las paredes y melodías dulces y tranquilas que acompañaban las palabras de sus clientes. Además había reservado la mesa en la terraza al lado del mar. La brisa marina, con el cómodo calor de la primavera y el sonido del mar harían la combinación perfecta. El lugar era perfecto, la comida sería perfecta, ella era perfecta. Ahora él debía estar a la altura.

Una vez seco empezó a vestirse. Decidió llevar traje, le pidió a ella que se pusiera un buen vestido. Había conseguido dos entradas para un baile de gala. Tenía barra libre, eso había bastado para atraerle a esa sala repleta de gente de etiqueta con demasiada clase para ellos. Sería gracioso, dos alocados universitarios rodeados de gente triunfadora, tendrían muchos de los que reírse. Él diría que dirige Facebook en España, tal vez que es el sobrino de Emilio Botín. Se inventaría algo, a ambos les gustaba reírse de los demás sin llegar a ser crueles. Se puso sus calzoncillos, entró las piernas en el pantalón y lo subió hasta su cintura. Pasó el cinturón por los agujeros correspondientes y lo ajustó. No se veía tan mal. Se colocó los calcetines y los zapatos. Éstos eran nuevos, unos delicados, finos y negros zapatos. Pura elegancia. Se puso una camisa interior de tirantes y se aromatizó con desodorante y colonia. Luego empezó con la camisa. Estaba algo nervioso, tuvo que refrescarse la cara. La corbata. Las manos le temblaban, tuvo que hacer el nudo un par de veces hasta que le salió bien. Luego se colocó la americana. La habían arreglado hace poco para ajustarla bien a su figura. Sinceramente, vestía bien. Empezó a peinarse. Se mojó el pelo de nuevo y arqueando la espalda hacia delante para no mojarse la ropa se secó al cabello. Ahora estaba húmedo, el estado perfecto. Pasó sus manos por el cabello sin ningún orden aparente. Siempre lo hacía así. Ahora tenía un buen peinado. Miró todos los botes de su hermana esperando que alguno de ellos le ayudara a soportar ese peinado toda la noche. No entendía para que servía cada uno, los veía todos iguales. Decidió dejarlo a la suerte, no se podía ir con todo preparado.

Bajó las escaleras de dos en dos. Tropezó. Se hizo daño en el tobillo. Decidió ir con más cautela. Tenía tiempo, él siempre tenía tiempo. Cuando llegó a la puerta del restaurante ella aún no había llegado. Echó los hombros hacia delante y la americana bailó un poco. Se ajusto un poco más la corbata y acabó de dibujar ese peinado suyo alocado y despeinado. Peculiar. Suyo. Pasó sus pulgares bajo los y esperó un poco más. Y al girarse, ella llegó.

- ¿Preparada? He planeado una buena noche.

Ella pasó el brazo por el de él y empezaron a andar hacia el restaurante sonriendo. Si todo iba bien, esa noche sería perfecta. Y sino, también, la habría pasado con ella.

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